Es una pena, la gran
cantidad de tradiciones que hemos perdido, o dejado de renovar, en las últimas
décadas en nuestra comarca. La más “sonada”, sin duda, es la de los toques de
campana. Recuerdo de niño, a principios de los 70, que el toque era prácticamente
diario. Las campanas organizaban la vida social y colectiva del pueblo,
conectando con todos al mismo tiempo no importa donde estuvieran.
Aprender y distinguir
los diversos toques era un lenguaje más para enseñar a los niños, el lenguaje
de los sonidos. En ellos influía la hora solar, la época del año, o el evento a
anunciar. Con las primeras campanadas era fácil saber si había que soltar el
ganado, reunirse en concejo, prepararse para misa o rosario, coger los calderos
y salir corriendo al incendio, informarse del mediodía, salir a trabajos
comunales, o conocer el fallecimiento de un vecino, entre otros sucesos. Algunos
toques son tan increíbles como el ya perdido por completo en mi pueblo natal,
Calzada de la Valdería; uno de los varios sitios donde se tañía la campana con
la esperanza de alejar los efectos dañinos de las tormentas. Sin electricidad,
sin mecanismos, solo volteando o tirando rítmicamente de una cuerda.
Seguramente, de esa cuerda venga el nombre del más tristes de los toques,
“encordar”, palabra recogida en el diccionario de la RAE como propia de León,
Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia, la última ordenación del territorio
de la región leonesa. En su cuarta acepción dice de “encordar”, dicho de una
campana: tocar a muerto.
Los toques de campana
son una tradición mantenida desde tiempos inmemoriales. Dice un viejo refrán
que “las campanas y el Pendón, del pueblo son”. La propiedad queda aclarada, no
en vano ha sido la comunidad quien ha sufragado sus costes. A sus toques se ha
reunido siempre el bien común; políticos o apolíticos, religiosos o laicos, o
todos a la vez, sin importar nunca que estuvieran situadas en torres de
iglesias, u otro muro. La neutralidad hecha sonido.
Muy poca gente tenía,
o tiene, esa especial habilidad mezcla de fuerza y ritmo que hace los toques
agradables al oído; son los llamados campaneros. Los demás, entre los que me
incluyo, simplemente aporreamos las campanas. Solo hay un toque igual para
todos los campaneros, el más fácil, el más sonoro, y el más espectacular: el
volteo. El resto de toques son propios de cada pueblo, una herencia musical a
la que cada cual inevitablemente añade su saber hacer. Era personalizar los
toques, y pasar al recuerdo como “aquel que tocaba tan bien las campanas”.
El tañido de campanas
es un lenguaje universal de rápido aprendizaje, es un sonido que influye en el
ánimo y la emoción personal. El melancólico toque “a muerto” tiende al
silencio, a sobrellevar la pena; efecto totalmente opuesto al toque de fiesta,
alegre, provocador. O el rabioso toque “a fuego”, que acelera el paso, que
mentaliza de antemano la desgracia, es antagónico al de llamada por otros
menesteres, cadente y tranquilo. Con la pérdida de estas costumbres, parece
talmente que los pueblos, además de viejos, se están quedando sordos, y mudos.
El año 2018 ha sido
declarado Año Europeo del Patrimonio Cultural, por lo que varias asociaciones
se han unido para solicitar a la UNESCO el reconocimiento del toque de
campanas como Patrimonio Cultural
Inmaterial de la Humanidad. Me parece correcto, así que, con el permiso debido
y creo que en representación de nuestro valle, desde su corazón “echamos las
campanas al vuelo”, como reza el eslogan de ésta hermosa iniciativa.
Era sábado, 21 de
abril, mediodía, y como siempre se hizo, algunos campaneros del Santuario de
Nuestra Señora la Virgen del Campo dejamos momentáneamente nuestros respectivos
quehaceres para seguir la tradición. Sólo quince minutos, que como siempre
supieron a gloria, pero con la sensación que toda Europa sonaba al unísono. Ojalá
hiciéramos esto más a menudo, comunicarnos en el idioma ancestral y universal
simplemente para decir que seguimos unidos.
Desde Vidriales,
nuestro aporte:
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