Las carreteras están
abarrotadas de símbolos: escritos, señales, luminosos…; demasiada cantidad y
variedad, tantas que algunos conductores veteranos, entre los que me incluyo,
dudamos o desconocemos varios de los nuevos. No nos culpen, cuando por parte
de una mayoría parece que la norma es saltarse los más claros y peligrosos,
como que sólo incumben a los demás.
Las señales en las
carreteras de Vidriales nos viene de muy antiguo, de tiempos de los romanos,
pues por éste valle cruza la importante vía 17 del Itinerario de Antonino, que
unía Asturica con Bracara. Una calzada estratégica; por lo que nos toca servía
para pacificar la zona de los irreductibles ástures y agilizar el transporte
del oro extraído de Cabrera y Valdería.
En las proximidades
de Astorga, se hallaron unas tablillas de barro cocido, de una autenticidad muy
discutida (quizás por buscar exactitud donde nunca la hubo), conocidas como el
“Itinerario de Barro”, expuestas en la actualidad en el Museo Arqueológico de
Oviedo. Son placas de 14 por 12 cm que, parece ser, debían ser colocadas en un
lugar público para informar a los usuarios de la calzada. Estas tablillas,
junto con el “Itinerario de Antonino”, han servido para localizar algunas
“mansio”, que significan literalmente “lugar donde pasar la noche durante un
viaje”. A Vidriales le tocó Petavonium, con todo un campamento de la legión
Décima Gémina, y posteriormente del de la no menos importante Ala Segunda
Flavia. Según algunas estimaciones, ésta Mansio llegaría a ocupar 90 hectáreas,
17 de ellas para el campamento de la X Gémina desde el 19 A.c. al 63 D.c., que
fue reducido hasta 4,5 hectáreas para el Ala II Flavia hasta el 400-410 D.C. y
el resto para las Canabae: termas, templos, mercados, tabernas, burdeles… y
familiares que acompañaban a la legión.
Los ingenieros
romanos medían las calzadas, supongo que como ahora, para saber lo que resta
hasta el destino. La medida era la milla, abreviatura de “millia passus”, mil
pasos. Solo que sus pasos eran dobles, es decir, solo contaban los dados por el
mismo pie.
En uno de los lados
de la calzada hincaban hitos de piedra, señalizando las millas. Monumentos que
en muchos lugares han llegado hasta nuestros días tal y como nos los dejaron. En
otros sitios, y por diversos motivos, desaparecieron o se trasladaron a otro
emplazamiento. La forma suele ser cilíndrica, variando su tamaño ente los 0,5
m. y los 0,80, y una altura entre el metro y los cuatro metros. La piedra solía
usarse la de la zona, y sobre ella eran grabadas inscripciones con diversos motivos:
honoríficos, indicando la fidelidad al emperador, con menciones al encargado de
mantenimiento, al cónsul de la época, y aparte, cuentamillas. En nuestro valle,
en el término de Fuente Encalada, tenemos el lugar de Carricueva, que
independientemente de los cambios del trazado de la calzada, establecieron como
“milla fija”, la 38.
Hace unos años, con
buen acierto, se decidió señalizar de nuevo la calzada, y restaurar la
señalización perdida. De tal modo que en la milla 38 se volvieron a hincar las piedras
como antaño, con réplicas de las inscripciones, y una sencilla leyenda que
traduce del latín y explica el conjunto.
Un trozo de la
primera milla, el miliario de Caracalla (recordemos es el sobrenombre del emperador
Marco Aurelio Severo Antonino Augusto) se guarda en casa de un vecino de Fuente
Encalada, con una altura de 67 cm. y un diámetro de 69 cm. El texto viene a
decir: “nieto del divino Marco Antonino, bisnieto del divino Antonino Pío,
trinieto del divino Adriano, y tetranieto de los divinos Trajano y Nerva”.
Datado en 214 D. C.
Un trozo de la
segunda milla, el miliario de Maximino (Cayo Julio Vero Maximino, de
sobrenombre “el Tracio”) tuvo mejor fin: un “pilón de vacas”. También se
conserva en casa de un vecino de Fuente Encalada, de altura y diámetros
similares al anterior, pero con distinta inscripción legible: “… ordenaron
restaurar las vías y los puentes deteriorados con el paso del tiempo, siendo
legado propretor de los augustos el esclarecido varón Quinto Decio Valerino”.
Sigue el texto “datable entre los años 235 – 238 de la era” (D. C.)
La iglesia vieja de
Santibáñez de Vidriales se construyó muy cerca del trazado de la calzada antes mencionada,
aunque en ésta zona pudo cambiar de sitio, como ocurrió en el Castro, que la de
la conquista fue por un lado, y la de la dominación por otro. Fuera como fuere,
en sus cercanías deberían coincidir otros miliarios que pudieron reutilizarse
en piezas más pequeñas, columnas, o simplemente destrozados para rellenar
huecos.
Lo que voy a exponer a
continuación es sólo mi sugerencia: en el muro Este de ésta iglesia, el del
presbiterio, asoma un círculo de aproximadamente 50 cm. de diámetro entre las
piedras rejuntadas del muro. Es de composición “rara”, como hecho de
piedrecitas más pequeñas, relativamente blancas, pero en conjunto prevalece
amarilleado por la intemperie; yo diría que no es piedra típica de la zona.
Dice Internet que podría ser una roca sedimentaria, detrítica, y rudita, por el
tamaño del sedimento; a esto yo no digo nada, como buen ignorante. Lo que está
claro es que es un cilindro, quizás uno de los miliarios, o quizás solo sea
parte de una columna vulgar, del lugar de Petavonium, o una pieza labrada para
vete a saber qué; el caso es que me gusta mirarla, y aunque nunca lleguemos a
saber de qué se trata, aprovecho para apuntar su situación, para que tú,
querido lector, cuando pases por su lado levantes la vista y la busques, y de
paso, sientas como yo la necesidad de ver este magnífico edificio con un
tejado, mejor o peor, pero que aleje la sensación de ruina y desolación. Porque
ya que hablamos de símbolos… ¿no es la Iglesia del pueblo uno de ellos?
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