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sábado, 20 de abril de 2019

(Con cariño) No tocar las pelotas.






















La Iglesia parroquial de Ayoó de Vidriales, se ha dado en llamar últimamente por el bien merecido calificativo de “Catedral de Vidriales”. Y es sin duda la más grande, en todas las acepciones de la palabra; digo esto a sabiendas del alto valor histórico/artístico del resto de templos vidrialeses.

Una “Catedral” que hace honor a su nombre, siendo lugar más o menos reconstruido del monasterio de San Fructuoso de Ageo, donde desde la cátedra, se impartieron teología, gramática y latín. Catedral histórica, cuna de trece abades, cinco obispos, y cinco santos; veinticinco ilustres nombres entre los que yo destacaría a San Genadio, fundador de varios monasterios en el Bierzo, e inteligente fundador también el primer bibliobús (que habría que llamar “bibliocarro”, pues con ese vehículo mandó intercambiar los pocos volúmenes de lectura y estudio para que a todos le llegaran por igual).

Una “Catedral” recientemente intervenida en la solera, paredes interiores y tejado, siendo éste último, que debería ser el de mejor calidad en la terminación, un buen ejemplo de lo que se conoce como “chapuza”. En primer lugar, la teja elegida no es apta para nuestra zona, pues no soporta las heladas. En segundo lugar, se colocó sobre placas onduladas de fibrocemento, una idea que parece buena pero que roza el desastre, porque para sujetar las tejas se usó mortero rico en cemento y ahora es prácticamente imposible sustituir las piezas rotas. Y en tercer lugar, la pésima gestión en aquel momento precioso en el que utilizando el seguro de responsabilidad de la empresa constructora vinieron a sustituir la teja por otra más adecuada, y derivó en desastre completo: se sustituyeron algunas, otras se repararon con poliuretanos, y… las goteras aparecieron al poco tiempo otra vez, la más grave encima del retablo lateral izquierdo siendo necesario picar parte del tejado y reconstruirlo de nuevo.

Por si alguien quiere comprobar lo que digo, le sugiero mirar el tejado en su parte norte. Los dos colores de tejas dan dolor de ojos, pero las más pálidas, el 90%, lo dan de corazón, puesto que en pocos años se volverán quebradizas, y a ver quien y cómo se paga su sustitución.

Pero la historia no acaba aquí.

Vuelve a haber goteras.

El tejado de nuestra Iglesia es peligroso de recorrer, la teja es demasiado lisa y no se dejó instalada una línea de vida para sujetar los arneses. De todas formas, a petición de nuestro párroco, he subido una vez más a ver que ocurre, y el problema es redondo. Ya hemos advertido que jugar a la pelota sobre los muros del templo no está bien. Y no lo está porque las pelotas perdidas se quedan en el tejado, provocando atascos, retenciones de agua, hielo y … goteras.

¿Prima la diversión sobre la salud del edificio?

¿Echaremos las mismas risas el día de mañana cuando las maderas se dañen, y no sea posible su sustitución?

¿Y si en los trabajos de retirada de pelotas ocurre un accidente?

Seamos serios, la Iglesia no es “cosa de curas”, es nuestro patrimonio, un legado donde solemos celebrar algunos de los momentos más delicados junto a nuestras familias.

A quien corresponda, y lo digo con cariño… dejar de tocar las pelotas.


San Genadio.

El problema de las pelotas:













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