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miércoles, 18 de enero de 2012

El arado celeste


Me agrada charlar con nuestros abuelos. Nuestros viejos, como se decía antes; nuestros ancianos, como se les calificó posteriormente, y porque incomprensiblemente a alguien le pareció despectivo, ahora hay que decir mayores…, (¿de qué?) o tercera edad (tercera si que es despectivo, pues se usa para las categorías inferiores). Tonterías aparte, yo me referiré a ellos como nuestros abuelos, así, con cariño, con todo el respeto que se merecen las canas que iluminan sus cabezas, o las calvas que se cubren con las cada día menos vistas boinas. Cada arruga de su piel encierra información, como lo hacen los microsurcos de nuestros discos compactos, solamente explorados por la precisión de la increíble delgadez de un rayo láser. 

Nuestros abuelos no necesitan ningún método de extracción de datos, solamente con querer escucharlos se ven encantados de argumentar con su experiencia, o volver a contar, casi con las mismas palabras, los relatos y las enseñanzas que oyeron con atención de sus abuelos, que a su vez memorizaron los de los suyos…, y ésta cadena, supongo, es la que conocemos por sabiduría popular: Experiencia, memoria y práctica. Algo que me parece imposible de grabar en el más perfecto sistema de reproducción de datos, se almacena naturalmente en el ser humano, para beneficio de la especie. 

En la última charla que tuve con algunos de ellos, al sol, en esos minutos que “se toca la lengua” el domingo, antes de su obligada misa, les pregunté acerca de sus conocimientos del firmamento. Enseguida me nombraron la estrella polar, que dudo conozcan, por ser una estrella famosa, pero débil. No empezamos mal. Después, la osa mayor y la osa menor. De la osa menor también tengo dudas, por el bajo brillo de 4 de sus 7 estrellas principales, normalmente se nombra de oídas, por lo de mayor y menor. Pero la osa mayor si que la conocen perfectamente, indicaron su posición, al norte, y el nombre con la que se conoce: el carro. Bueno, habría que decir que el carro es un asterismo, no es la osa mayor, sólo son 7 estrellas, (u 8 para los de vista perfecta), de las más de 80 que componen la constelación completa. 

Recuerdo el parte metereológico de mi admirado Maldonado en la tele. Señalaba al norte y decía “septentrión, o zona septentrional”. El origen de esa palabra tan rara es el carro, las 7 estrellas que los romanos llamaban bueyes, y eran para ellos los siete bueyes, los “septen triones”, los causantes del movimiento estelar porque juntos tiraban del carro del firmamento. 

Volviendo a nuestros abuelos, también me hablaron de “la piña”, siempre alta en el cielo. Sin duda son las Pléyades, ese otro asterismo conocido desde los albores de la humanidad, que se ve mejor con visión indirecta, con más nitidez que mirándolo fijamente. A simple vista siete estrellitas, incontables a través de un telescopio, y ciertamente parecen apiñadas, con forma de carrito. Y entonces surgió la auténtica sabiduría popular, cuando me nombraron “el arado”.  Al carro de la osa mayor también se lo conoce como cazo, o arado, o de otras formas, pero no me hablaban de éste arado, si no “del que sale después de la piña, y son otras 7 estrellas”. Lo recordaron como el reloj nocturno, por la altura en el cielo calculaban en distintas estaciones la hora de salir de los “hiladeros” para ir a dormir, para madrugar e iniciar un largo viaje o realizar tareas agrícolas, como arar o segar. 

Este arado, como en nuestra zona agrícola y ganadera no se podía llamar de otra forma, lo componen las cuatro estrellas del casi perfecto cuadrado de Pegaso, y las cuatro más brillantes de Andrómeda. ¿8? No… y si, pues Andrómeda y Pegaso comparten una estrella, Alpheratz, que antes se llamó Delta Pegasi, pero ahora se clasifica en Andrómeda como Alfa Andromedae. La forma parece la de otro gran carro, las estrellas de Andrómeda serían la vara del arado, que llamamos “cabijales”, el cuerpo y la reja serían las otras tres de Pegaso, con forma triangular, y perdonad mi osadía si sugiero para la “manjera” del arado dos estrellas, una con dos feos nombres: por el alfabeto griego, “eta pegasi”, que nos recuerda el terrorismo; y su nombre propio, “Matar”, coincidencia lingüística que nada tiene que ver con la muerte, pero lo cierto es que junto con “pi pegasi” el reloj-arado de nuestros abuelos se vería más parecido a su imprescindible arado removedor de tierra, el que un día salió de los portales de sus casas para quedar amarrado a lo más alto del cielo, enaltecido para siempre.

P.D.- Representación del arado celeste, y con líneas rosadas, para que quede completo, mi sugerencia.


2 comentarios:

  1. Muy interesante Joaquin, como siempre, ya sabes que disfruto con tus charlas de astronomia. Cuando era pequeña, mi padre me enseñaba "el carro", "la piña" . No lo habia vuelto a oir hasta ahora, y siempre que miro al cielo en las noches estrelladas y maravillosas de Ayoó, me traen los recuerdos de mi infancia que me quedan ya muy lejanos. Un abrazo Paulina

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  2. Es magnífico recuerdo a mi madre con este relato

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