Sin duda,
cada cueva (bodega excavada en el suelo de barro) es única. Por la orografía
del terreno, el estilo de la zona y las necesidades y las posibilidades de cada
uno, es imposible encontrar dos cuevas iguales. Construidas mayoritariamente
por labradores por partida doble, primero por labrar la tierra para subsistir
(cuidando las viñas), y segundo por labrarla, en este caso el barro, para
aprovechar las propiedades de un agujero en el suelo como conservante del vino.
Cavar una cueva llevaba años, y millones de picotazos en el barro. Sobre la
marcha, se alargaba o ensanchaba para “amueblarla” con los distintos
recipientes necesarios en la elaboración de los caldos. Los amantes de las
cuevas no las utilizan, las veneran; en el lluvioso invierno de hace unos años,
que destruyó gran parte de ellas, oí decir a alguien que temía por la suya, que
prefería que se le arruinase un trozo de casa que una zarcera de la cueva. Y es
que el arreglo bajo el terreno es más costoso que sobre él, o simplemente
imposible, totalmente irreparable. Quienes valoran estos extraños edificios,
entre los que me cuento, sufrirá con cada ruina, y si de algo sirviera llorará
con cada cadáver de lo que un día fue un pequeño agujero en el suelo, pero con
una gran historia que contar. Porque los que mimamos las cuevas sabemos que es
algo más, es un microclima con su micro-filosofía de la vida, patente cada vez
que unos cuantos amigos se reúnen de espaldas al barro para comer, beber y
charlar. La alegría y la diversión están garantizadas.
Yo pertenezco a un grupo
que de vez en cuando se reúne allí para cenar, la cueva es nuestro particular
santuario de la amistad. Nuestro nombre, “El perro tien catarro”, no nos
define, porque somos indefinibles, inclasificables, somos los que somos e
invitamos a nuestros semejantes. Bajamos con pocas cosas, las elementales,
dejando lejos lo superfluo y banal, creemos que allí de nada sirve, que quien
no sea capaz de desprenderse de todo eso, nunca llegará al final del callejón. Este
viaje lo emprendemos sin documentación, ni dinero, trabajos, política…, porque
abajo no nos preguntaremos quién, sino qué somos; ni cuánto tenemos, sino
realmente qué necesitamos. Hasta los móviles han aprendido la lección, cuando
muchos de ellos se niegan a dar cobertura en la cueva, tal es el grado de
libertad.
En una de las últimas cenas, con buena gente, sabrosa carne a la
brasa y distendido ambiente, fuimos los invitados de quien comparte nuestra
filosofía, Ismael, un excelente anfitrión. De entre todas las cuevas, la suya
sobresale, resplandece, maravilla…, pues con su infinita paciencia y
autodidacta maestría, hurgando en el barro ha encontrado y traído a la realidad
seres de cuentos y leyendas, animales, escenas de caza, personajes religiosos,
y cómo no, las protagonistas de los pícaros chistes que nunca faltan cuando el
vino entorpece la lengua y descontrola la risa. Gracias Ismael, por abrirnos tu cueva y contarnos entre tus amigos. Y como amigos brindamos, y
pedimos salud, y como siempre lo que para nosotros es más interesante, ¡que nuestras mujeres
nunca se queden viudas! Vaya por ellas, por su comprensión, por permitirnos éstas nuestras pequeñas manías que nos hacen la vida un poco más feliz.
P.D.- Para visualizar mejor las imágenes, hacer clic encima de una de ellas.
GENIAL!!!!! QUE PASADA . VAYA ARTISTA .¿ DONDE SE ENCUENTRA EL MUSEO? ESO HAY QUE VERLO !!!!
ResponderEliminarHermano... Vidriales is different, je je.
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