Se
suele decir que la envidia es pecado, uno de los siete capitales. Bien mirado,
podría ser una excelente virtud, si valoramos sus consecuencias, pues en
algunas ocasiones nos estimula a mejorar, a plantearnos retos que otro pecado,
la pereza, dejaría en el olvido. Por envidia comenzamos a volar. La observación
de las aves, algunas realmente voluminosas y pesadas, ponía de manifiesto que
aquello era posible, a la vez que extraordinariamente ventajoso. No tendríamos
alas, pero si nuestros sueños siempre nos permitieron volar, nuestra
imaginación acabaría por idear el primer paso, el salto mágico que eludiría a
su modo la gravedad y nos trasladaría a un mundo más rápido y mejor. La
mitología griega cuenta como fue el primer vuelo de humanos. Dédalo y su hijo Ícaro,
para escapar de una isla, idearon unas alas de plumas unidas con cera de
abejas. Desobedeciendo al padre, Ícaro voló alto, cerca del sol, que calentó la
cera, deshizo las alas y lo arrojó al mar, pereciendo entre las olas. Fue el
primer vuelo y el primer accidente aéreo de la historia de la aviación, y un presagio, pues de
todos los inventos quizás sea el que más vidas ha costado su desarrollo y
perfeccionamiento. Aquí lo de ensayo y error, la mayor parte de las veces, no le
permitía al intrépido inventor buscar una alternativa tras la prueba. Sin
embargo, aquella antigua y persistente envidia, lo de ¿por qué ellas, las aves,
y nosotros no?, y nuestra innata tozudez, nos llevarán más allá de nuestros
sueños, eso es seguro. Hoy volar es, aparentemente, sencillo. Un artilugio simple
y seguro, y al alcance de todo el mundo, es el paramotor. Un parapente, especie
de paracaídas gobernable, y un pequeño motor de gasolina, son suficientes para
emular a las aves, olvidarse de obstáculos, y disfrutar de ésta libertad unos
cuantos kilómetros, sin necesitar pista especial de despegue, ni hangar donde
guardar el equipo. Del vecino Tardemézar, mi amigo Jesús es un experto en este
tipo de vuelo. Nos ha dejado un hermoso vídeo de una corta exhibición, grabada
en las eras de Rosinos. Él no vuela por envidia, lo hace por placer, la envidia
la arrastramos los que desde el suelo, con la boca abierta, observamos su
gracilidad de movimiento. Y para terminar, oí contar que una vez, estando un
hojalatero ambulante remendando un caldero en la plaza del pueblo, que es donde
se solían poner, cruzó las nubes un ruidoso avión que le llamó la atención, a
él y a los clientes que cacharro en mano, esperaban su turno. Aquel hombre,
orgulloso, tocando la cabeza en señal de aprobación, exclamó:
-Hay
que ver, lo que llegamos a hacer los hojalateros.
Yo no creo que tuviese valor para subirme ahí. Aquí en Castro, también hay dos hermanos que practican esos vuelos.
ResponderEliminarMuy guapo! Sí que da envidia verlo volar ;-)
ResponderEliminarMe encanta tendras que poner alguno mas y alguna foto mas
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