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lunes, 19 de marzo de 2012

La cueva de Ismael



Sin duda, cada cueva (bodega excavada en el suelo de barro) es única. Por la orografía del terreno, el estilo de la zona y las necesidades y las posibilidades de cada uno, es imposible encontrar dos cuevas iguales. Construidas mayoritariamente por labradores por partida doble, primero por labrar la tierra para subsistir (cuidando las viñas), y segundo por labrarla, en este caso el barro, para aprovechar las propiedades de un agujero en el suelo como conservante del vino. 

Cavar una cueva llevaba años, y millones de picotazos en el barro. Sobre la marcha, se alargaba o ensanchaba para “amueblarla” con los distintos recipientes necesarios en la elaboración de los caldos. Los amantes de las cuevas no las utilizan, las veneran; en el lluvioso invierno de hace unos años, que destruyó gran parte de ellas, oí decir a alguien que temía por la suya, que prefería que se le arruinase un trozo de casa que una zarcera de la cueva. Y es que el arreglo bajo el terreno es más costoso que sobre él, o simplemente imposible, totalmente irreparable. Quienes valoran estos extraños edificios, entre los que me cuento, sufrirá con cada ruina, y si de algo sirviera llorará con cada cadáver de lo que un día fue un pequeño agujero en el suelo, pero con una gran historia que contar. Porque los que mimamos las cuevas sabemos que es algo más, es un microclima con su micro-filosofía de la vida, patente cada vez que unos cuantos amigos se reúnen de espaldas al barro para comer, beber y charlar. La alegría y la diversión están garantizadas. 

Yo pertenezco a un grupo que de vez en cuando se reúne allí para cenar, la cueva es nuestro particular santuario de la amistad. Nuestro nombre, “El perro tien catarro”, no nos define, porque somos indefinibles, inclasificables, somos los que somos e invitamos a nuestros semejantes. Bajamos con pocas cosas, las elementales, dejando lejos lo superfluo y banal, creemos que allí de nada sirve, que quien no sea capaz de desprenderse de todo eso, nunca llegará al final del callejón. Este viaje lo emprendemos sin documentación, ni dinero, trabajos, política…, porque abajo no nos preguntaremos quién, sino qué somos; ni cuánto tenemos, sino realmente qué necesitamos. Hasta los móviles han aprendido la lección, cuando muchos de ellos se niegan a dar cobertura en la cueva, tal es el grado de libertad. 

En una de las últimas cenas, con buena gente, sabrosa carne a la brasa y distendido ambiente, fuimos los invitados de quien comparte nuestra filosofía, Ismael, un excelente anfitrión. De entre todas las cuevas, la suya sobresale, resplandece, maravilla…, pues con su infinita paciencia y autodidacta maestría, hurgando en el barro ha encontrado y traído a la realidad seres de cuentos y leyendas, animales, escenas de caza, personajes religiosos, y cómo no, las protagonistas de los pícaros chistes que nunca faltan cuando el vino entorpece la lengua y descontrola la risa. Gracias Ismael, por abrirnos tu cueva y contarnos entre tus amigos. Y como amigos brindamos, y pedimos salud, y como siempre lo que para nosotros es más interesante, ¡que nuestras mujeres nunca se queden viudas! Vaya por ellas, por su comprensión, por permitirnos éstas nuestras pequeñas manías que nos hacen la vida un poco más feliz.

P.D.- Para visualizar mejor las imágenes, hacer clic encima de una de ellas.





















2 comentarios:

  1. GENIAL!!!!! QUE PASADA . VAYA ARTISTA .¿ DONDE SE ENCUENTRA EL MUSEO? ESO HAY QUE VERLO !!!!

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  2. Hermano... Vidriales is different, je je.

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