Me
parece imposible hablar de mi pueblo natal, Calzada de la Valdería, contar su
breve y reciente historia sin mencionar “el cacho la truena”. Es una vieja y
sinceramente, mal construida cruz de madera de humero (aliso), que mantiene una
estrecha alianza entre la agricultura y una campana que pende en la torre
cuadrangular de la iglesia.
De todos es sabido que la agricultura, principal
actividad económica rural, está totalmente expuesta a las inclemencias
atmosféricas, y es precisamente el granizo, que suele acompañar a las
tormentas, el fenómeno más temido por sus devastadores efectos, mucho más que
la sequía, las plagas o las heladas.
La creencia popular, tanto o más que las
convicciones religiosas, atribuye a Santa Bárbara la protección del campo, y varios
lugares, entre ellos mi pueblo, la invocan por medio del toque de una campana consagrada
a tal fin. Desde antaño, como muy bien recoge J. Argimiro Turrado en su libro
“La Valdería en la historia”, una cruz de madera iba de casa en casa por “la
vela”, mejor, de tormenta en tormenta, y el vecino que la custodiaba tenía la
obligación de acompañar al sacerdote ”a rezar los exorcismos aprobados por la Santa Madre Iglesia en tiempos de truenos
y tempestades” (textual del documento “pleito por la maña
del conjuro”), por lo que cobraba “una maña de lino con su linaza” por vecino
al año, siendo multados dos de ellos por negarse a pagar al encontrar éste
impuesto injusto e innecesario.
De parte última, el poseedor de “el cacho la
truena” recibía también la llave del campanario, y tocaba la campana sin tener
que subir, ya que una cadena atada al badajo pasa por una pequeña polea y
cuelga hasta la misma puerta. Al día siguiente, llevaría la llave y la vieja
cruz a casa de su vecino quedando libre del cargo.
La moderna iglesia (creo que
yo fui el tercer bautizado en el segundo bautizo celebrado) se construyó siendo
párroco el célebre Don Zoilo, siempre querido y recordado en sus parroquias, sobre
la cimentación y con los materiales de la original, que presentaba cierto
riesgo de ruina, y estaba consagrada al Salvador.
Y cuenta una vieja leyenda
que tras la edificación del pueblo en el sitio actual, por parte de varias
familias de Castrocalbón al lado de la calzada romana que le dio nombre, al
finalizar la iglesia pidieron al sacerdote un “santo”, una imagen sagrada que
le diera formalidad a su pequeño templo de piedra. Al parecer, después de
consultarlo a sus feligreses accedieron, pero de muy mala gana, y les
concedieron una talla a la que no le tenían demasiado aprecio, ni más ni menos
que un Salvador, la representación de Jesucristo salvador del mundo. Con ella
también trajeron un apodo, costumbre muy extendida en Castrocalbón, y todavía hoy,
en tono de broma, se conoce la festividad del 6 de agosto, fiesta patronal de Calzada, como “San Sobracio”
(algunos dicen Sogracio), por aquello de darle el “santo” menos querido, el que
les “sobraba”.
El origen de la campana mayor de la torre, la de Santa Bárbara,
es incierto. Otra narración, que no se cuanto tiene de cierto o de leyenda, y
que contamos con el mayor de los respetos, relata como llegó una comisión de monjes
de la poderosa orden del Císter desde el vecino monasterio de San Esteban de
Nogales, con la sana intención de comprar la maravillosa campana al conocer sus
benignas propiedades. Reunido el pueblo en concejo en el sitio de costumbre, a
las puertas de la iglesia, se les expuso la oferta de cierta cantidad de
dinero, que al instante y por unanimidad rechazaron. Los monjes duplicaron y
triplicaron la cantidad, encontrando la misma inamovible postura. Entonces, en
un alarde de poder, del que en aquellos años ostentara el monasterio, ofrecieron
el contenido de la campana en oro y sería su última propuesta. Con total
irreverencia, necesaria para acabar con aquella especie de OPA hostil, los humildes
habitantes de Calzada les contestaron que ni aunque la llenaran de “riles” de
fraile se separarían de su querida y beneficiosa campana.
Y si de algo estamos
orgullosos en nuestro pequeño pueblo es de tan sabia decisión; para algunos
escépticos no dejará de ser un pedazo de metal que hace ruido, para otros una
creencia, la necesidad de saber que algo más vela por nosotros y nuestras
posesiones, y cuando la grandiosidad de la naturaleza las amenace, por
convicción esperaremos campanada a campanada el menor mal que tengamos
destinado.
El cacho la truena actualmente está en restauración, y por su
delicado estado será apartado de la vela y exhibido para seguir contando estas,
para mi, maravillosas historias a generaciones venideras.
P.D.-
“Riles”- Gónadas del aparato reproductor masculino.
Muy interesante Joaquin, me ha gustado mucho. Un abrazo Paulina
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