La sierra de
Carpurias es parte de la alineación montañosa que desciende desde el Teleno,
dividiendo física y políticamente dos provincias, León y Zamora. Hacia León la
Valdería y el bajo valle del Éria, regado con este nervioso río; hacia Zamora
el valle Vidriales con su apacible Almucera. Sin duda alguna, Carpurias es un
lugar fascinante, el vértice geodésico señala 996 metros de altitud y está
coronado en su parte central por un yacimiento de incalculable valor
arqueológico, el castro de Labradas. La mitología popular sitúa allí el refugio
de un gigante con un solo ojo, un cíclope, enamorado de la pastora que le subía
leche y otros alimentos para que no molestara a los lugareños con sus
travesuras. Dicen que un día la pastora se tuvo que marchar con su familia, y desde
entonces el gigante de la peña algunos días suspira, brama y llora provocando
dañinas tormentas rojas que asolan la comarca. El término Carpurias se suele
usar también para menospreciar, supongo que es solamente por su sonoridad. Pero
lo que me parece interesante es el origen de esta palabra, desconocido, aunque
hay quien apunta a la ciudad Aria de los comienzos de la edad del bronce, importante
población estratégica situada bajo el vecino Castrocontrigo, que daría nombre
al río y a su valle (valle de aria - Valdería). Sus habitantes serían los
arios, y según otra teoría darían nombre a los pobladores contemporáneos de
Vidriales, los superatios, que por deformación cambió la “t” por la “r” de los
superarios, que significaría “los que viven por encima de los arios”. Carpurias
también podría llevar el sufijo “aria”, (carp - aria) pero nadie ha encontrado
explicación para la raíz; permitidme dar rienda suelta a mi imaginación y
sugerir “carpo”, en su acepción de acosar u hostigar a los arios, o bien lugar de
arios felices. Perdón por la sugerencia.
Sobre la ladera sur de Carpurias, y por tanto la ideal, está Villageriz; un pequeñito pueblo, municipio de si mismo, con una población actual habitual de menos de 40 personas, pero con una extraordinaria historia escondida incluso en su mismo nombre: Villa de Sigerico, cuarto rey godo que reinó durante 7 días en el año 415. Me quito el sombrero.
Villageriz me parece un pueblo solariego, paradigma de sus vecinos vidrialeses, con una construcción tradicional de edificios y cuevas (bodegas), y elevado según la antigua necesidad defensiva y de aprovechamiento del terreno para usos agrícolas o ganaderos. Algunas fuentes naturales, hoy secas, fluían refrescando las necesidades de sus pobladores. Es de señalar la importancia de su iglesia y de un edificio anexo destinado en su día a panera, como es necesario recordar su transcendencia en la época en la que los templarios dirigieron la actividad en la zona. Recientemente celebraron su fiesta mayor, San Pedro Apóstol, para la que volvieron a seguir la ancestral tradición de plantar un árbol en la plaza, el día de la víspera por la noche. Tarea encomendada a los quintos, a los que ayudan los jóvenes de edad y de espíritu. Este rito es común en muchos lugares de España, con nombres diversos, como árbol, mayo…, en Villageriz se le llama “ramo”, por el cuidado en elegir, cortar, transportar e hincar el árbol mas grande y frondoso que los jóvenes, en un alarde de gallardía, pudieran exhibir el día de la fiesta de su pueblo. Este solía ser de chopo, álamo o fresno, en los límites físicos de lo bello y posible.
Me han contado que antiguamente se cortaba “a machado”, y se portaba a hombros de los garridos mozos; más tarde se buscaba un carro, la mayor parte de las veces abandonado y destartalado, y tras meterle las ruedas el agua para evitar que se desarmaran, cargaban en él las ramas y empujaban cuesta arriba hasta la plaza. Al terminar se “corría el carro”, o sea, se daban vueltas con él a la carrera por el pueblo, por sus subidas y bajadas, para hacer ruido y terminar, el carro en algún lugar inaccesible y los mozos en la cueva, regando con vino detalles y andanzas de aquella noche loca. Todo esto con nocturnidad, sin la ayuda de las farolas, porque éste es un bien reciente. El árbol solía ser robado, a poder ser de algún forastero que tuviese parcelas en Villageriz; así cuando se diera cuenta de la falta era demasiado tarde. No siempre se quitaba de la plaza al acabar las fiestas, algunos años para hincar el nuevo era preciso retirar el viejo.
En la década de los sesenta, la disputa por la representación de la comedia anual, terminó aquel año dividiendo la juventud, y… “echando” dos comedias. A raíz del hecho también hubo dos ramos, el oficial y el de “la revolución”, que fue la encina más torcida y desgarbada que los mozos separatistas encontraron en todo el monte. Últimamente el tractor facilita el proceso, y suple la falta de personal; todavía no hay obstáculo para continuar la tradición de adornar así la plaza para la fiesta. Me gusta ir a Villageriz, no en vano allí tengo también mi “segunda familia”. Me gusta subir y bajar sus calles, o seguir la enrevesada carretera hasta lo más alto, y desde allí mirar en lontananza a Vidriales, y a mi querida Valdería. Y me gusta caminar por lo alto de Carpurias, imaginando la vida de unos hombres que encontraron aquí refugio y hábitat, y que hoy unos gigantes de acero y fibra recogen la energía del viento y la entregan muy dentro de nuestras casas. Mira, éstos no me gustan, pero los acepto, al fin y al cabo aportan riqueza y movilidad a las yermas rocas, y una importante fuente de ingresos al pueblo que impasible observa desde un maravilloso palco. ¡Hay!... si el rey Sigerico levantara la cabeza…
Sobre la ladera sur de Carpurias, y por tanto la ideal, está Villageriz; un pequeñito pueblo, municipio de si mismo, con una población actual habitual de menos de 40 personas, pero con una extraordinaria historia escondida incluso en su mismo nombre: Villa de Sigerico, cuarto rey godo que reinó durante 7 días en el año 415. Me quito el sombrero.
Villageriz me parece un pueblo solariego, paradigma de sus vecinos vidrialeses, con una construcción tradicional de edificios y cuevas (bodegas), y elevado según la antigua necesidad defensiva y de aprovechamiento del terreno para usos agrícolas o ganaderos. Algunas fuentes naturales, hoy secas, fluían refrescando las necesidades de sus pobladores. Es de señalar la importancia de su iglesia y de un edificio anexo destinado en su día a panera, como es necesario recordar su transcendencia en la época en la que los templarios dirigieron la actividad en la zona. Recientemente celebraron su fiesta mayor, San Pedro Apóstol, para la que volvieron a seguir la ancestral tradición de plantar un árbol en la plaza, el día de la víspera por la noche. Tarea encomendada a los quintos, a los que ayudan los jóvenes de edad y de espíritu. Este rito es común en muchos lugares de España, con nombres diversos, como árbol, mayo…, en Villageriz se le llama “ramo”, por el cuidado en elegir, cortar, transportar e hincar el árbol mas grande y frondoso que los jóvenes, en un alarde de gallardía, pudieran exhibir el día de la fiesta de su pueblo. Este solía ser de chopo, álamo o fresno, en los límites físicos de lo bello y posible.
Me han contado que antiguamente se cortaba “a machado”, y se portaba a hombros de los garridos mozos; más tarde se buscaba un carro, la mayor parte de las veces abandonado y destartalado, y tras meterle las ruedas el agua para evitar que se desarmaran, cargaban en él las ramas y empujaban cuesta arriba hasta la plaza. Al terminar se “corría el carro”, o sea, se daban vueltas con él a la carrera por el pueblo, por sus subidas y bajadas, para hacer ruido y terminar, el carro en algún lugar inaccesible y los mozos en la cueva, regando con vino detalles y andanzas de aquella noche loca. Todo esto con nocturnidad, sin la ayuda de las farolas, porque éste es un bien reciente. El árbol solía ser robado, a poder ser de algún forastero que tuviese parcelas en Villageriz; así cuando se diera cuenta de la falta era demasiado tarde. No siempre se quitaba de la plaza al acabar las fiestas, algunos años para hincar el nuevo era preciso retirar el viejo.
En la década de los sesenta, la disputa por la representación de la comedia anual, terminó aquel año dividiendo la juventud, y… “echando” dos comedias. A raíz del hecho también hubo dos ramos, el oficial y el de “la revolución”, que fue la encina más torcida y desgarbada que los mozos separatistas encontraron en todo el monte. Últimamente el tractor facilita el proceso, y suple la falta de personal; todavía no hay obstáculo para continuar la tradición de adornar así la plaza para la fiesta. Me gusta ir a Villageriz, no en vano allí tengo también mi “segunda familia”. Me gusta subir y bajar sus calles, o seguir la enrevesada carretera hasta lo más alto, y desde allí mirar en lontananza a Vidriales, y a mi querida Valdería. Y me gusta caminar por lo alto de Carpurias, imaginando la vida de unos hombres que encontraron aquí refugio y hábitat, y que hoy unos gigantes de acero y fibra recogen la energía del viento y la entregan muy dentro de nuestras casas. Mira, éstos no me gustan, pero los acepto, al fin y al cabo aportan riqueza y movilidad a las yermas rocas, y una importante fuente de ingresos al pueblo que impasible observa desde un maravilloso palco. ¡Hay!... si el rey Sigerico levantara la cabeza…
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