Santos, mi abuelo
materno, era una persona alta, robusta, curtida del trabajo y sana hasta que a
los 59 años, y en solamente 3 meses, una leucemia puso fin a su vida, dejando a
mi madre huérfana con 22 años. Mi abuelo era un hombre valiente, decidido, seguramente,
como todos los de su época, no conociera más miedo que el de no poder atender
con la familia. Por eso nada se interponía en su camino al trabajo, y según
cuenta mi madre, cuando llegaba el tiempo cogía el pote, llenaba las alforjas
del caballo con lo que consideraba necesario, uñía (uncía) las vacas al carro y
se marchaba varios días “al monte” a arar y sembrar para no perder tiempo en
idas y vueltas a casa. Estaba solo, dormía a la intemperie, y no temía ni a
bichos ni a temporales; tampoco necesitaba reloj, ni calendario, y solo al
acabar la faena volvía feliz como si apareciera de un sosegado paseo.
También trabajó de criado en Villalís y en Villamontán, en la Valduerna, a unos 30 km por carretera de su pueblo, Calzada de la Valdería. De allí iba y venía andando, pero por algunos caminos del monte, para ahorrar caminata. Viniendo, en una ocasión, llegó ya al atardecer a Herreros de Jamuz, cuando los pastores recogían el ganado. Como lo conocían, le preguntaron qué hacía tan tarde por allí. Él le dijo que venía a casa. Los pastores, y más gente que había por la calle le advirtieron que el lobo llevaba un tiempo atacando los ganados, que no era recomendable viajar solo y mucho menos de noche. Le ofrecieron varias casas donde cenar y dormir, propuestas que mi abuelo rechazó agradecido; solo le apetecía estar con la familia. Se despidió de aquella generosa gente, y a la salida del pueblo, en un montón de leña, encontró el pico de una pernilla, que echó al hombro y comenzó a caminar resuelto hacia el monte, en la dirección que tantas veces había repetido.
La noche despejada le regalaba una buena luna, poco frío, el camino seco…, y llevaba una especie de arma y una gran confianza en si mismo; nada se podría interponer en su propósito. En un lugar llamado el Monte del Río, la última llanura antes de bajar a la Valdería, cuando giró la cabeza, contaba mi abuelo que vio un lobo, uno muy grande y había visto muchos, que lo seguía a cierta distancia. Lo ignoró un buen rato, hasta que juntos oyeron el sonido del río Éria, él como alivio y el lobo como señal de ataque o pérdida de la presa, así que se le plantó delante y rugiendo “le enseñó los dientes”. Sin pensarlo dos veces, mi abuelo asestó un formidable golpe, que al lobo, gracias a su habilidad, solo le rozó las costillas y huyó espantado; pero el pico de pernilla se hizo astillas contra el suelo, y el brazo derecho que lo sujetaba, al parecer, quebró en varios sitios.
Aunque por lo que veo creo que ninguno de sus genes me pertenece, me siento orgulloso de pertenecer a la estirpe de aquel hombre intrépido, audaz, que conocía defectos, virtudes y manías del lobo como otras tantas de otros animales de la naturaleza en la que convivía en armonía. Sobre éste decía que “por la noche, el lobo es el amo del mundo”, bien entendido que el mundo no va más allá de la propia vida de cada uno, que no se debe jugar con quien no conoce ni perdón ni reglas de juego.
El lobo es el hermano salvaje del mejor amigo del hombre, el perro. Ya desde niños, la cultura popular nos predispone en su contra. Así recordamos cuentos inmemoriales en los que aparece encarnando el mal, como los de Caperucita Roja, los 7 cabritos y el lobo, los 3 cerditos, el lobo flautista, Pedro y el lobo, etc. Y es que la continua invasión de territorios ha creado un importante conflicto entre lobos y humanos, que ha llevado a este animal a los límites de la extinción. Como en otros temas, la opinión pública se divide en tres grupos: los “supuestos” defensores naturalistas, que están a favor y con la proliferación de esta especie nada tienen que perder; una inmensa mayoría que vive ajena, indecisa, despreocupada; y el sector agrícola y ganadero que tiene que convivir y batallar con los efectos beneficiosos y también desastrosos de la presencia del animal.
Un ataque no es una sola presa muerta, el lobo enloquece y asesta un mazazo psicológico y económico a las ganaderías, aunque también hay que reconocer que los agricultores lo necesitan para controlar poblaciones de jabalíes, corzos u otros animales dañinos para la producción agrícola. Encontrar el equilibrio es importante y tarea de todos. Concienciar y educar son, entre otros, son los objetivos del proyecto de cooperación interterritorial y transnacional del proyecto WOLF presentado el pasado jueves por la tarde en el Centro de Turismo Rural El Molino de Congosta, al cargo del Grupo de Acción Local Macovall 2000, al que asistieron una treintena de personas.
Recordemos que los casi 60 Km2 del municipio de Ayoó están incluidos en tierras de lobos. Lo atestiguan topónimos como Peña Lubio (peña del lobo); a su falda está el Couso (trampa para cazarlo); y cerca de Ayoó Pequeñino Huerga Lubio, valle donde pudieron ser vistos con asiduidad. Yo me los he encontrado por dos veces. La primera en los Ingirios, al lado de la ermita de San Mamés. Era por la mañana, bajaba a trabajar y ya cerca del Almucera observé una pareja, uno de ellos con pelaje blanquecino. Paré y busqué mi cámara, pero en dos brincos se ocultaron entre la maleza que bordea el río. La segunda vez fue uno solo, en el camino Fuente Encalada, en medio de Valdecalas. Estaba disfrutando del paseo dominical con mis perritas cuando a lo lejos lo vi. En un principio lo confundí con un zorro grande, pero al acercarme y advertir sus modales de acecho y fuga, y el comportamiento de mis mascotas, que no salían de entre las piernas, comprendí el peligro y volvimos al pueblo. Posteriormente amigos cazadores me confirmaron haberlos visto por esas zonas.
En tierras de lobos también es un estudio etnográfico y de patrimonio cultural en torno al lobo, un libro y un vídeo imprescindibles para mentalizarnos que es necesario colaborar para no lamentar la pérdida del mítico animal de nuestros montes. Un refrán, muchas veces repetido por su valiosa enseñanza, dice que “burra de muchos, comióla el lobo”. Alude a una hipotética burrita, que tantos dueños tenía que a fuerza de relegar responsabilidades quedó una noche sin recoger y el lobo le dio fin. El lobo es incumbencia de todos, no dejemos que se coma a si mismo.
También trabajó de criado en Villalís y en Villamontán, en la Valduerna, a unos 30 km por carretera de su pueblo, Calzada de la Valdería. De allí iba y venía andando, pero por algunos caminos del monte, para ahorrar caminata. Viniendo, en una ocasión, llegó ya al atardecer a Herreros de Jamuz, cuando los pastores recogían el ganado. Como lo conocían, le preguntaron qué hacía tan tarde por allí. Él le dijo que venía a casa. Los pastores, y más gente que había por la calle le advirtieron que el lobo llevaba un tiempo atacando los ganados, que no era recomendable viajar solo y mucho menos de noche. Le ofrecieron varias casas donde cenar y dormir, propuestas que mi abuelo rechazó agradecido; solo le apetecía estar con la familia. Se despidió de aquella generosa gente, y a la salida del pueblo, en un montón de leña, encontró el pico de una pernilla, que echó al hombro y comenzó a caminar resuelto hacia el monte, en la dirección que tantas veces había repetido.
La noche despejada le regalaba una buena luna, poco frío, el camino seco…, y llevaba una especie de arma y una gran confianza en si mismo; nada se podría interponer en su propósito. En un lugar llamado el Monte del Río, la última llanura antes de bajar a la Valdería, cuando giró la cabeza, contaba mi abuelo que vio un lobo, uno muy grande y había visto muchos, que lo seguía a cierta distancia. Lo ignoró un buen rato, hasta que juntos oyeron el sonido del río Éria, él como alivio y el lobo como señal de ataque o pérdida de la presa, así que se le plantó delante y rugiendo “le enseñó los dientes”. Sin pensarlo dos veces, mi abuelo asestó un formidable golpe, que al lobo, gracias a su habilidad, solo le rozó las costillas y huyó espantado; pero el pico de pernilla se hizo astillas contra el suelo, y el brazo derecho que lo sujetaba, al parecer, quebró en varios sitios.
Aunque por lo que veo creo que ninguno de sus genes me pertenece, me siento orgulloso de pertenecer a la estirpe de aquel hombre intrépido, audaz, que conocía defectos, virtudes y manías del lobo como otras tantas de otros animales de la naturaleza en la que convivía en armonía. Sobre éste decía que “por la noche, el lobo es el amo del mundo”, bien entendido que el mundo no va más allá de la propia vida de cada uno, que no se debe jugar con quien no conoce ni perdón ni reglas de juego.
El lobo es el hermano salvaje del mejor amigo del hombre, el perro. Ya desde niños, la cultura popular nos predispone en su contra. Así recordamos cuentos inmemoriales en los que aparece encarnando el mal, como los de Caperucita Roja, los 7 cabritos y el lobo, los 3 cerditos, el lobo flautista, Pedro y el lobo, etc. Y es que la continua invasión de territorios ha creado un importante conflicto entre lobos y humanos, que ha llevado a este animal a los límites de la extinción. Como en otros temas, la opinión pública se divide en tres grupos: los “supuestos” defensores naturalistas, que están a favor y con la proliferación de esta especie nada tienen que perder; una inmensa mayoría que vive ajena, indecisa, despreocupada; y el sector agrícola y ganadero que tiene que convivir y batallar con los efectos beneficiosos y también desastrosos de la presencia del animal.
Un ataque no es una sola presa muerta, el lobo enloquece y asesta un mazazo psicológico y económico a las ganaderías, aunque también hay que reconocer que los agricultores lo necesitan para controlar poblaciones de jabalíes, corzos u otros animales dañinos para la producción agrícola. Encontrar el equilibrio es importante y tarea de todos. Concienciar y educar son, entre otros, son los objetivos del proyecto de cooperación interterritorial y transnacional del proyecto WOLF presentado el pasado jueves por la tarde en el Centro de Turismo Rural El Molino de Congosta, al cargo del Grupo de Acción Local Macovall 2000, al que asistieron una treintena de personas.
Recordemos que los casi 60 Km2 del municipio de Ayoó están incluidos en tierras de lobos. Lo atestiguan topónimos como Peña Lubio (peña del lobo); a su falda está el Couso (trampa para cazarlo); y cerca de Ayoó Pequeñino Huerga Lubio, valle donde pudieron ser vistos con asiduidad. Yo me los he encontrado por dos veces. La primera en los Ingirios, al lado de la ermita de San Mamés. Era por la mañana, bajaba a trabajar y ya cerca del Almucera observé una pareja, uno de ellos con pelaje blanquecino. Paré y busqué mi cámara, pero en dos brincos se ocultaron entre la maleza que bordea el río. La segunda vez fue uno solo, en el camino Fuente Encalada, en medio de Valdecalas. Estaba disfrutando del paseo dominical con mis perritas cuando a lo lejos lo vi. En un principio lo confundí con un zorro grande, pero al acercarme y advertir sus modales de acecho y fuga, y el comportamiento de mis mascotas, que no salían de entre las piernas, comprendí el peligro y volvimos al pueblo. Posteriormente amigos cazadores me confirmaron haberlos visto por esas zonas.
En tierras de lobos también es un estudio etnográfico y de patrimonio cultural en torno al lobo, un libro y un vídeo imprescindibles para mentalizarnos que es necesario colaborar para no lamentar la pérdida del mítico animal de nuestros montes. Un refrán, muchas veces repetido por su valiosa enseñanza, dice que “burra de muchos, comióla el lobo”. Alude a una hipotética burrita, que tantos dueños tenía que a fuerza de relegar responsabilidades quedó una noche sin recoger y el lobo le dio fin. El lobo es incumbencia de todos, no dejemos que se coma a si mismo.
HERMANO , BONITO RELATO . YO TAMBIEN RECUERDO ESCUCHAR A PAPA Y MAMA ESPLICARLO. AHORA HAY MENOS LOBOS , PERO CON AYUDA SEGURO QUE LOS VOLVEREMOS A VER. DICEN QUE ES UN ANIMAL IMPORTANTISIMO PARA EN CONTROL DE LA FAUNA DEL MONTE. SEGURO . AHORA NO HAY MAS QUE JABALIES Y ZORROS. UN SALUDO.
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