Me es difícil
escribir a cerca de personas como Felipe Avelino, que finalizó su corta vida de
forma innecesaria, incomprensible y además cruel. Y más difícil todavía a
sabiendas que nada sé de aquellos tiempos que corrían, que los que no vivieron
se empeñan en recordar y los que si lo hicieron no quieren más que olvidar. Pero
si hemos de olvidar los hechos, jamás a las personas; necesitaremos de sus vivencias
para no caer en los mismos errores que no hacen más que engrosar la larga lista
de miserias humanas. Esta historia comienza el 3 de septiembre de 1907 en Ayoó
de Vidriales, cuando nació Felipe Avelino Llamas Barrero. Sus padres, Avelino y
Margarita, lo bautizaron a los tres días en la pila bautismal de su Iglesia,
como así consta en los archivos parroquiales. Como alumno de la escuela que
había en la plaza de la Audiencia, destacó por su inteligencia, vivo ingenio y
pronta memoria. Por estos méritos, y a petición propia, ingresó sin dificultad
en el Seminario Seráfico del Pardo, donde cursó estudios de latín y
humanidades. El 2 de agosto de 1923 pasó al convento de los Capuchinos de
Bilbao, tomando el nombre de Fray Domitilo de Ayoó. Al año siguiente, tras el
noviciado, fue enviado a los Seminarios Mayores para seguir los cursos de
Filosofía, Sagrada Teología y Elocuencia Sagrada, terminando los estudios con
el título de Predicador y la Ordenación al Sacerdocio; era el 30 de mayo de
1931. Un año más tarde encontró destino en el convento de Montehano, en el
municipio de Escalante, Cantabria. El histórico 18 de julio del año 1936
le llamaron para predicar en la fiesta sacramental de Bocines, que el vidrialés
aceptó a sabiendas que se aproximaba una seria revuelta. Comenzó su sermón con
las palabras - “España está atravesando un momento de peligro; es necesario que
pidamos por España”, lo que fue tomado por un acto político, con consecuencias
funestas; ya no pudo volver al convento. Se hospedó en casa del párroco de la
localidad, y luego en una casa de un particular llamado Diego Cuervo, donde le
aconsejaron quitarse el hábito; él declinó con valentía y respeto a sus
principios, alegando que “mi regla me lo prohíbe”. Una noche, sobre las 5 de la
mañana, irrumpieron en la casa cinco milicianos a buscar al Padre Domitilo;
él se presentó ante ellos, pidió permiso para lavarse y desayunar, a lo que
accedieron, y se despidió de su anfitrión con estas palabras: - “Adiós, don
Diego, hasta la eternidad, porque a mí me van a matar”. Fue forzado a ir
corriendo a la Iglesia de Candás, convertida en cárcel, donde más tarde
procuraría tranquilizar y animar a los demás detenidos. Sus carceleros varias
veces le ordenaron quitar el hábito y recortarse la barba, a lo que mientras
pudo se negó, sólo por la fuerza, a última hora, lo consiguieron. Él decía - “Mi
mayor dicha es morir con mi hábito, para eso me hice religioso”, y a sus
compañeros - “Si nos matan, estad alegres, porque volaremos al cielo”. Al padre
Domitilo se le propuso escapar de aquella cárcel por una ventana, abajo le
esperarían y ocultarían salvando así la vida. Él les contestó - “No puedo,
porque al darse cuenta por la mañana los guardianes de la cárcel que me he
fugado, matan a todos los presos aquí detenidos. Yo no tengo quien me llore;
mas éstos tienen hijos, esposas, padres, novias, a quienes deben atender cuando
se vean libres de la prisión”. El reloj de bolsillo, su único bien material, se
lo dio a uno de sus carceleros, el que escuchaba atentamente cuando el Padre
Domitilo hablaba de religión, y le dijo: - “Si muero, quédese con él; si vivo
vendré a buscarle”. El 6 de septiembre de 1936, a las 2 de la mañana, entraron
en la Iglesia unos marxistas, y por lista llamaron al Padre ayoíno y una docena
de presos más, a quienes ataron y llevaron a Peón a fusilar; eran en total 23
personas. A sus ejecutores pidió un último deseo, el de ser el último, para dar
la absolución a sus compañeros. De una fosa común, el 21 de febrero de 1938,
fue exhumado el cuerpo de Felipe Avelino Llamas Barrero, el Padre Domitilo de
Ayoó, posteriormente enterrado, ya cristianamente, en un nicho en el cementerio
de Gijón, y cerrado con una lápida sin inscripción alguna. El próximo 13 de
octubre en Tarragona, 522 mártires, entre ellos nuestro Ayoíno, serán
beatificados en la que será la mayor ceremonia en la historia de la Iglesia
Española. El lema será: “Los mártires del siglo XX en España, firmes y
valientes testigos de la fe”. Fueron personas que murieron en una lucha
fraticida, sin empuñar más arma que la de ser fiel a sus creencias religiosas; personas
que ocupan actualmente una laguna mental en la polémica Ley de Memoria
Histórica. Pero la Iglesia como comunidad no puede olvidar a sus mártires, como
el Padre Domitilo, que entregó su mejor bien a sus asesinos; no su reloj, si no
su comprensión y perdón. Ayoó de Vidriales, el pueblo natal que escogió para
llevarlo junto a su nombre, le recuerda también y le honra; una placa al lado
de su homólogo Fray Luís Blanco Álvarez en la Iglesia Parroquial y nuestro
reconocimiento nunca serán suficiente retribución para tan nobles méritos. El
10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó la
Declaración Universal de los Derechos Humanos. En su artículo primero por
extensión, y en el 18 por definición, garantiza la libertad de pensamiento, de
conciencia y de religión, así como la libertad de manifestar su religión o
creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la
enseñanza, la práctica, el culto y la observancia. Nuestra constitución, en
vigor desde el año 1978, establece la garantía de libertades ideológicas,
religiosas, y de culto de los individuos y las comunidades, sin más limitación,
en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden
público. Preceptos a tener en cuenta para garantizar el supremo derecho de la
vida, negada a nuestros mártires por entenderla de distinta forma. En nuestra
memoria han labrado un sitio, en un lugar de su cielo,
un hogar.
De acuerdo en casi todo lo que has escrito. Solo una cosa: pones que "de una fosa común, el 21 de febrero de 1938, fue exhumado el cuerpo de Felipe Avelino Llamas Barrero, el Padre Domitilo de Ayoó". Hay muchas otras personas, también muertas por la estupidez, el odio y el cerebrocortismo político, cuyos huesos siguen en fosas comunes
ResponderEliminarPor desgracia así es, personas pacíficas y desarmadas me atrevo a decir en casi la totalidad de los casos, y por supuesto que de ambos "bandos". Me parece justo un reconocimiento de todos y cada uno como éste de fray Domitilo, pero también creo que no deberían de ser usados unos pocos para atacar a una sola de las partes, la que llaman "ganadora" (allí perdieron todos), y mucho menos con la ley en la mano. España vivió una barbaridad que ya es historia, agua pasada; pensemos en cómo no se vuelva a repetir, y sí, rescatemos de las fosas a los muertos, pero para que queden en paz.
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