Sábado soleado, buena
temperatura, perfecto día para quedar a las puertas de mi querida Valdería con
unos amigos para visitar y disfrutar de la magia que siempre rodea a los
Pendones donde quiera que estén. Esta vez los pueblos elegidos fueron
Felechares y San Felix, y los amigos Jose, investigador y editor de Pendoneros de León; Gelo, Procurador
de la Tierra; y sus señoras, María Jesús y Flori, pendoneras. Cafelito
indispensable en la gasolinera de Castrocalbón para sentar el cuerpo, que la mente
estaba puesta ya en las enseñas que solo se exhiben localmente, y de ahí el
interés en documentarlas y compartirlas al menos fotográficamente como valioso
legado que son.
Primer pueblo,
Felechares, entre los márgenes del Éria escondido, como los demás pueblos a los
que riega las vegas y abastece sus caños de molinos harineros. Dignos de
mención son sus arcaicos castaños de los Pedragales, los que proporcionaron
sombra y alimento a tantas generaciones. Sin más dilación nos encaminamos a la
Iglesia, que todavía acoge en su jardinillo al tradicional Mayo amarrado en lo
alto de un chopo. Da gusto ver que todavía se dedique tiempo a estas
ancestrales costumbres, aunque no hayan encontrado un rato para bajarlo para
comienzos de junio. A las puertas de la iglesia, con ayuda de algunos jóvenes,
de Sergio, presidente de la Junta Vecinal y de D. Jorge, cura párroco,
desenvolvimos un precioso paño tricolor, sobre una vara de 8,20, rematada en
cruz parroquial de 42 cm. Solamente sortea el viento en la romería de Santa
Elena, cuando van a buscarla a su ermita y la devuelven tras nueve días de
novena, día festivo que se hace coincidir con el primer fin de semana de mayo y
es regionalmente conocida además por los campeonatos de motocross. Parece ser
que nunca ha participado en ningún acontecimiento ajeno al pueblo, al contrario
que la auténtica cruz parroquial, que antaño se subastaba para acompañar en la
ida y vuelta a Astorga de la Virgen de Castrotierra. Curioso.
Segundo pueblo, San
Felix. De aquí me gustaría destacar sus desusados molinos, situados a caballo del
caño que se cuidaba con esmero para su gratuito alimento motriz. Todavía conocí
el de la Tahona, el de las Seras, el Molinín, el molino l’aceite y el de la Marra.
El molino l’aceite también era conocido como el de la luz, porque durante un
tiempo por medio de una dimano se generaba energía para eclipsar los candiles y
las velas de las humildes viviendas antes de los primeros tendidos eléctricos del
valle. Puntuales, con los Pendones vestidos y floreados, nos esperaban sus
veladores también en la Iglesia, para enseñarnos el importante número de cuatro
y de distintos tamaños desde los 4,60 en disminución hasta uno pequeñito
infantil. Aunque la sorpresa estaba en lo que llaman pendoneta, por su paño
reconstruido altruistamente por un grupo de mujeres con lo aprovechable del
pendón “viejo”, con seguridad centenario. Dos colores, rojo del realengo del
pueblo y verde de valor demostrado, unidos con pasamanería dorada y entrecalada,
y rematados con flecos también dorados. Posiblemente de seda damasquizada, por
su especial tacto, y porque con la mínima brisa ondea con facilidad. La vara es
de negrillo y lisa, de 4,35 de alto, del mismo árbol que la vara antigua que
todavía se conserva en el techo de la sacristía, labrada en sus acanaladuras con
pequeñas hornacinas y muy afectada por insectos xilófagos. Esta pieza estaba
policromada con los colores del paño, tiene una longitud de 7,50 metros y
parece que ya fue recortada para mejor manejo. Los cuatro Pendones se lucen
en las procesiones de las fiestas del 13 de junio en honor a San Antonio de
Padua y de las del 30 de agosto por su patrón San Félix. Tampoco participan en
ninguna concentración, pese a la afición de algunos de sus jóvenes de desfilar
con el Pendón de Calzada.
Y cerca del mediodía
ya, saltamos la sierra de Carpurias para entrar en Fuente Encalada, donde a mis
amigos les tenía reservada una pequeña sorpresa. Este pueblo no pertenece a la
actual provincia de León, jovencísima cuando hablamos de Pendones; está situado
en el originario y Regio León, y ya lo dice la gente: “No hay un pueblo de León,
que no tenga su Pendón”. En el trastero de la Iglesia se conserva una vara de 6
metros de chopo del país, con 13 acanaladuras coronada con una pequeña cruz
parroquial de bronce de 21 centímetros. La gente mayor del pueblo recuerda el
paño, perdido entre las humedades y polillas de algún cajón desde que los cables
eléctricos cruzaron las calles hace más de 70 años. Era rojo carmesí, con
flecos y pasamanería dorados, y parece que hay cierta iniciativa por
recuperarlo y volverlo a exhibir como siempre se hizo. Ánimo y enhorabuena por
tan sabia decisión.
Terminamos la mañana
en el bar, planeando nuevas indagaciones. Pronto volveremos por Vidriales,
buscando en los trasteros el rastro de paños y varas, que haberlas “haylas”, y
de faltar nos informaremos por las memorias indelebles de las personas mayores,
que son documentos históricos de gran valor y rigor. Con tan buena compañía, da gusto rememorar nuestras eminentes raíces leonesas.
Felechares de la Valdería
San Félix de la Valdería
Fuente Encalada
guay
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