Cuando de niño no
tenía hambre, recuerdo que me animaba mi madre diciendo que “el comer y el rascar,
solo es el empezar”. Con los Pendones parece suceder lo mismo; es nombrarlos y
aparecer, y no precisamente por suerte la gente se preocupa, los enseña con agrado
y consideración, y donde no se conservan los intentan recordar como si de algo
grande, transcendente, se tratara. Vidriales los tenía, y muchos; algunos documentados,
como veremos más adelante.
Nuevo sábado de
pendoneo, de investigación, con tiempo frío y propio de noviembre. El sol no
pudo esquivar las indolentes nubes y mostrarnos su cara amable y de agradable
fulgor para acompañarnos en nuestras fotos. En fin, punto de encuentro el
céntrico Santibáñez, en el Sandra, mítico sitio de ocio vidrialés. Como en el
cuento, tres fuimos tres, un invitado de honor, el incansable Jose Antonio Ordóñez, Alma Mater de
Pendoneros de León (quien además ha acuñado un nuevo atributo para distinguir a
quienes amamos y promocionamos nuestras raíces: Procuradores de la Memoria;
pues sea, y sea él también el primer Procurador de la Orden); D. Miguel,
nuestro amigo y párroco de casi todo Vidriales, quien ha hecho un hueco en su
apretadísima agenda para acompañarnos por sus parroquias, también con título de Procurador
de la Memoria más que merecido; y el que suscribe, infinitamente agradecido por
tan buena compañía.
Primer pueblo,
Cunquilla de Vidriales. Ya desde lejos destaca la extraña forma de la espadaña
de su Iglesia, y hacia allí nos encaminamos. Desde cerca se ve claramente que
ha sufrido un derrumbe, y D. Miguel nos ilustra con la historia del rayo que desmenuzó
su lado sur, desgracia que ya no vivió ni la gente de más edad. Traspasamos su
portada con arco de medio punto decorado con bolas para fijarnos en su discreto
artesonado, volviendo luego la vista hacia el presbiterio cubierto con arcos de
crucería y bóveda de ladrillo. Sobre el precioso retablo apunta nuestro experto
guía: San Miguel Arcángel, centro y custodio de esta Iglesia. Atrás, domina la
amplia nave de hueco sencillo un coro sin balaustrada, y allí, al fondo, estaba
nuestro objetivo, documentado en 1588. El polvo de incontables años ocultaba
una vara de 7,72, sin cruz parroquial, a quien abrazaba un precioso paño
carmesí con más pena que gloria. Después de tantos años, el Pendón volvió a ver
el cielo, encapotado pero cielo, que para eso fue cosido y labrado su mástil. Desplegados
sus restos de seda auténtica, adamascada, miden 2,97 de alto por 1,70 en su
parte más ancha, con pasamanería dorada y sin flecos o remates. La vara es de
chopo del país, muy ligera aunque atacada por la carcoma. Llama la atención el
largo de sus acanaladuras, 2,67, y la alternancia en la dirección de sus
grabados. Muchas fotos, y mucha pena al volverlo a recoger; a saberse cuando se
volverá a airear, aunque presiento que será pronto y con una gran fiesta en su
honor.
Valle arriba llegamos
a Grijalba de Vidriales, hagiotopónimo
que significa Iglesia blanca. Pues a la iglesia, que se levanta en un pequeño
promontorio engañándonos con su altura real, nos acercamos. Siempre me ha
llamado la atención el conjunto de su portada de arco lobulado, un vistazo más
para acceder al interior del templo sin bajar la vista y recrearnos en el
extraordinario artesonado mudéjar, según dicen, uno de los mejores de Europa. A
la izquierda otra joya, el retablo labrado por los discípulos de Gaspar Becerra, y al frente, sobre la pared sur y en el suelo, una funda gris por la
que aparece la vara del Pendón. De nuevo la calle, y el cielo que sigue triste
hasta para contemplar esta maravilla de seda de 7 paños con colores rojo y
verde. Comienza en rojo, buena señal del Reino de León, apunta el experto Jose;
los paños 4º y 6º verdes son medios paños, de 25 cm. La vara es de pino, de
7,45 metros, con 8 acanaladuras y en relativo buen estado. Dicen en el pueblo
que está rota y empalmada bajo el paño; si es así no se nota. El paño, prácticamente
sin picos, mide 4,70 de alto, 4,05 en la parte superior y 1,15 en la inferior,
con mucha caída, mostrando una extraña forma que llama la atención. Está bastante
deteriorado, aunque de muy agradable tacto, cosido entre pasamanería dorada y
conservando los flecos en una pequeña parte. Numerosos vecinos acudieron a ver
y a fotografiarse bajo su Pendón, que tantos años hacía que no se desenrollaba.
Con sumo cuidado lo devolvimos a su sitio, y respiramos felices el aire húmedo
que este sábado envolvía el valle del Almucera.
Pero como no hay dos sin
tres, probamos a visitar, cambiando de río, otro pueblo histórico que recuperó
su Pendón: Santa Marta de Tera. Perdón por no avisar, pero algunas veces las
cosas salen mejor así. En el bar de la plaza nos pusieron en contacto con
Celes, quien amablemente y con permiso del párroco D. Pedro nos mostró lo que
queda del paño del viejo Pendón, retales de colores rojo y verde con una franja
central blanca. Muchas gracias a ambos, pronto y avisando hemos de volver; pero
esa es otra historia y la contaremos en otra ocasión.
Como suele suceder
cuando lo que se trae entre manos gusta, el tiempo se nos pasó volando, y tarde
ya para llegar a comer me despedí de Jose, encaminándolo a su casa, y después
de D. Miguel, agradeciéndole en el alma su colaboración. Quedamos todos
satisfechos, que no hartos, de palpar tanta seda de Damasco; puede ser que
jirones, pero que reflejan con brillo propio la grandeza de nuestras gentes y
su historia. Hasta otra, y muy pronto.
Cunquilla de Vidriales
Grijalba de Vidriales
Santa Marta de Tera
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