Proceso de fabricación
Solía ser a
principios de otoño, cuando los días todavía son suficientemente largos y
calurosos. Las paneras, pajares y “yerbales” repletos, los tendederos saturados
de frutas, los frutos del huerto almacenados en lugar fresco y las cubas a
rebosar; es tiempo de prevenirse también para una próxima obra o avería en la
casa, es tiempo de hacer adobes. El padre de familia, y quizás algún hijo
mayor, se dedicarán a arar y a sembrar cereales; el resto, incluyendo los niños
fuera del horario escolar, se irán al barrero a iniciar todo un ritual recordado
como divertido y ameno, pues nunca mancharse tanto estuvo tan bien visto y
valorado.
Los adobes son tan
antiguos como el arte de la construcción, y parece un hecho extraordinario que distintas
culturas aisladas entre si los usaran en sus edificios. El nombre “oficial” a
su forma sería “paralepípedo rectangular” u “ortoedro” (mucho mejor decir “como
un adobe”), con la misma forma y superior tamaño al ladrillo doble, aunque creo
que todo y en todo el mundo se conocen. Sin medidas estándar, puesto que el
molde se fabricaba artesanalmente con cuatro tablas de madera según el largo y
ancho necesitado. Este era como un pequeño encofrado, de nombre adobera, y
también se usaba, muy rara, para fabricar dos adobes a la vez.
Para hacer adobes, en
primer lugar se prepara una mezcla de tierra arcillosa, agua, y un aglutinante,
normalmente paja no excesivamente molida. Para ello puede ser necesario (y en
nuestra zona así era) cavar en el barrero, moler los terrones y hacer un montón
con un cráter en el centro, añadir allí el agua, remover todo y dejar ablandar
un rato. Luego se extendía la paja encima de la mezcla, y con los pies
descalzos se chapoteaba hasta la mezcla final, que se volvía a dejar reposar.
Como este trabajo se
hacía por la mañana, en este tiempo de descanso se aprovechaba para “almorzar”,
o “echar las once”, que así y de otras muchas formas se llamaba el actual
“bocadillo” de los obreros de la construcción. Después se colocaba la adobera
en el suelo, normalmente sobre hierba, y se vertía barro en su interior,
apelmazándolo y raseándolo con las manos. La adobera estaba empapada de agua,
de forma que al tirar de ella hacia arriba salía con facilidad, dejando en el
suelo un recién nacido adobe, repitiendo el proceso hasta agotar el montón del
barro y dejando la pradera llena de alineadas hiladas. Mientras estaban
tiernos, era necesario velar para que en las idas y venidas de los muchos
ganados no atravesaran el campo de adobes, por el daño que les podían
ocasionar. Al cabo de unos días se les daba un cuarto de vuelta para su completo
secado al sol; y por último, y hasta recogerlos en casa, se amontonaban
ordenados en una “meda”, con su correspondiente tejado para que la lluvia no
los ablandara y destruyera.
En el viejo argot de
la construcción hay una frase que refleja una de las ventajas que tenía
trabajar con este material. La dice el oficial al “pinche” en la obra: -“Barro
y adobes, y no te embobes”. Son ideales para la construcción rápida y robusta, muy
económica y asequible, de sano aislamiento, totalmente reciclable, cero
emisiones en su fabricación, y sin embargo hay quien usa el adobe para
descalificar, y si es seguido de “tabiquero” mejor. Cosas de las letras.
Otra de las joyas que
se construyeron con adobes fueron los hornos de amasar el pan; para conseguir
la redondez la adobera tenía una forma especial. Eran imprescindibles en las
casas antiguas, siempre anexos a las cocinas, y casi siempre al exterior, a la
intemperie. Todos los años a principios de invierno, a la vez que se
“recorrían” los tejados y se rejuntaban los cumbreros, también se le aplicaba
la capa impermeable de barro que por las inclemencias había perdido. Algunas
veces, para evitar este daño, se le construía un tejadillo encima, quedando un
simpático conjunto que todavía se puede ver por nuestros pueblos.
Hace un tiempo tuve
la necesidad de destruir un muro de adobes. Eran perfectos, y me dio pena que
tanto trabajo artesanal terminara en la escombrera. Fue fácil limpiarlos y
paletizarlos, y añadir los rotos en un saco grande para provisión de barro en
su colocación. Su destino será el refugio de un pequeño gallinero ecológico; un
pequeño monumento dedicado al recuerdo y al esfuerzo de nuestros antepasados
por la autosuficiencia, por la economía y por el respeto hacia la madre
naturaleza. Por ella y por ellos, para la memoria y con cariño, esta será mi
aportación como homenaje de albañil.
Adobes de horno
Adobera
Huella de perro en un adobe
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