Bien pudo ser un día
tal como el de hoy, soleado y primaveral de mayo, cuando un carro traqueteaba
cuesta arriba por una rodera ensombrecida de robles, acolchada de sus hojas
caídas. Entre ellos destacaban frondosas matas de “cudesos, escobas,
carqueisas, terriegas”… una florecida postal para envidia del propio arco iris.
Delante, un labrador hijada en mano, corregía las vacas que casi a cada paso
lanzaban bocados a las tiernas hierbas que bordeaban el camino. Incontables
pájaros competían por el mejor trino, mientras saltarines animalillos venían a
ver el ruido que se acercaba y luego escapaban como si se hubiesen asustado;
era el juego de cada día, y sus participantes se lo sabían de memoria.
Dice el cuento que el
hombre era de Ayoó, y que volvía a casa a media mañana desde Felechares después
de quien sabe qué; el caso es que poco antes de llegar a lo más alto, donde
empieza la Chana, un escalofrío recorrió su cuerpo al encontrar al lado del
camino una pequeña imagen, bien vestida, y que llevaba una cruz al hombro. No
la podía dejar allí, tampoco llevarla a Felechares porque se le haría tarde,
así que decidió subirla al carro y continuar camino; ya se decidiría qué hacer
con ella. Al llegar al primer vallecito, donde la fuente de Valluengo, volvió
la vista al carro para comprobar si su extraña carga seguía en perfecto estado,
y maldijo al verlo vacío; la había perdido. Dio la vuelta, no debería estar
lejos, aunque tuvo que llegar al mismo lugar que la encontró y en la misma
forma. Doblemente extrañado la volvió a cargar y continuó viaje para Ayoó. Al
rato su carro de nuevo apareció vacío, por lo que, ya atónito, volvió sobre sus
pasos a ver ahora dónde había quedado, haciéndole retroceder hasta el lugar
original. Por tercera vez la subió al carro y por tercera volvió al sitio, así
que dejando cuanto llevaba al lado de aquella misteriosa figura, bajó corriendo
a Felechares, contó lo sucedido, y todos a una levantaron allí una ermita, en
la que desde entonces reposa, es bajada al pueblo para venerarla y se le
celebra romería en sus alrededores.
Mucho tiempo más
tarde, dice otro cuento que un ladronzuelo, también armado de vacas y carro, por
la fuerza abrió la ermita, robó a Santa Elena e intento llevársela, pero al
subirla al vehículo, éste y su tiro comenzaron a hundirse en el terreno y fue
imposible moverla del sitio. Así que la devolvió a su lugar y se arrepintió de
su comportamiento, al darse cuenta del “peso” de esa imagen en la Valdería.
La imagen de Santa
Elena, y su morada, pertenecían al pueblo de Tabarilla; que al desaparecer, y vuelve
el cuento, fue repartido su terreno entre los pueblos vecinos, Pobladura y
Felechares. Parece ser que hubo fuertes riñas, y posterior litigio por la
propiedad de la ermita, algo que llegó a oídos del señor Obispo. Éste, en un juicio
salomónico, mando medir la distancia entre las torres de las iglesias a Santa
Elena, y quien estuviera más cerca se quedaría con ella. Hecha la medición le
correspondió a Felechares, dicen que por el largo de una “galocha”(1,270 Km. a
Felechares frente a 1,550 Km. a Pobladura, aproximadamente según SIG-PAC; la supuesta
“galocha” medía por lo menos 280 m de larga).
Más curiosa fue la
desaparición de Tabarilla, y vuelve de nuevo el cuento con un extraordinario
suceso nunca visto: un gallo puso un huevo. Unos dicen que del huevo nació un
“bicho”, otros que se mezcló con los de gallina y se comió; el caso es que por
mirar el “bicho” a los ojos, o por no poder digerirlo, una rarísima epidemia
jamás conocida atacó a los “tabarillenses” causando gran mortandad, obligando a los supervivientes a abandonar casas y pertenencias para salvar sus vidas. Dicen que el cura fue de los primeros en fallecer; por lo que el sacristán se encargó de dar cristiana sepultura a sus vecinos. Lo malo es que el hombre no sabía leer ni escribir, por lo que no pudo usar los libros sagrados, así que compuso esta cantilena, que recitaba con solemnidad en cada entierro:
Si estás en el cielo, bien estás,
si estás en el purgatorio, ya saldrás,
Si estás en el infierno, no hay redención,
"kirieleisón, cristeleisón",
amén.
si estás en el purgatorio, ya saldrás,
Si estás en el infierno, no hay redención,
"kirieleisón, cristeleisón",
amén.
La de Santa Elena fue
mi primera romería. De ella guardo un hermoso recuerdo, sobre todo por mi
familia reunida, sentados en el suelo sobre una manta de campo, compartiendo la comida, entre la que no
podía faltar la tortilla de patatas que a mi madre le quedaba tan rica. Se
celebra el domingo más cercano al día de la Santa Cruz, el 3 de mayo, y quizás
porque alguna vez coincidiera en mi cumpleaños, el 4, siempre la tengo
presente. Una de las primeras menciones históricas de éste lugar lo podemos
encontrar en un documento del rey leonés Alfonso VII, fechado en enero de 1154,
que nos habla de la “incruzeladam (encrucijada) de Sancta Elena”.
Me encanta la literatura
popular y oral que se desarrolla en torno a nuestros lugares místicos: cuentos
que nacen y se pierden, o se repiten o transforman a la par de la evolución de
las generaciones. Cuando en otro tiempo hacían volar la imaginación, o
resultaban incluso didácticos, hoy apenas arrancan una sonrisa de
condescendencia. Para entretener a ese niño que todos llevamos dentro, yo quiero
que me los cuenten, y contarlos como buenamente sé, más que nada para que no se
olviden porque han formado parte de nuestra esencia. Es la gran riqueza
cultural a la que hay que sumar edificios, imágenes, vestimentas, y otros
objetos de arraigo popular, como son también los ramos y Pendones, que pudimos
ver esta pasada mañana de mayo; es lo que alguien llamó folklore que tanto distingue
y a la vez enriquece los pueblos.
Preciosa y a la vez sencilla romería de Santa
Elena, Felechares de la Valdería, León.
Para vivirla, sin
más.
Informante: Cesáreo
Aldonza.
Aporte poético: un
servidor.
Más fotos: Pendoneros
de León. https://www.facebook.com/joseantonio.ordonezmartinez/media_set?set=a.1531885996863630.1073742069.100001267346469&type=3&pnref=story
No hay comentarios:
Publicar un comentario