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domingo, 21 de mayo de 2017

San Isidro y las campanas.













15 de mayo: las campanas alegran la mañana con repiquetes de fiesta, llamando a una de las celebraciones de toda la vida en nuestros pueblos, San Isidro Labrador. Procesión, misa, rogativas… y tarde popular con juegos y merienda; seremos cada vez menos, pero seguimos identificados con el santito de la reja en la mano y el ángel guiando sus vacas.

San Isidro vivió en la época de esplendor del viejo Reino de León, cuando éste sobrepasaba las riberas del tajo. Fue uno de los mozárabes encargados de repoblar las tierras ganadas en la reconquista, a principios del segundo milenio. Trabajaba como peón en una explotación agrícola, y protagonizó el que parece ser el primer caso de absentismo laboral narrado. Todos los días llegaba tarde a labrar su parte de la parcela, provocando envidias y mal ambiente entre sus compañeros. Aquello no tardó en llegar a oídos del patrón, muy contento con la productividad de Isidro, así que antes de reprobar al trabajador, decidió espiarlo una mañana. Efectivamente llegaba tarde, aunque lo hacía por oír la primera misa del día; pero al seguirlo hasta la parcela se maravilló viendo que sus vacas llevaban rato arando, como si un ser invisible lo estuviese sustituyendo mientras cumplía con su costumbre religiosa. Éste acontecimiento inspiró a los imagineros para representarlo con el ángel arando a sus pies como principal atributo.

La nuestra es tierra de comediantes. Y viene esto a cuento de una remembranza, allá por 1990, cuando se representó la escena de San Isidro y el ángel en la procesión del día. Una función teatral y religiosa gestada en el bar del Canto; siendo alcalde Rafael (Rafa), párroco el bueno de Don Aquilino, y arrendatarios del local municipal Teodoro e Isabel (Teo e Isa). Felisa llevaba el papel de San Isidro, un oficio que en contra de lo que alguien pueda suponer, las ayoínas llevaban bien aprendido hasta la aparición de los tractores. Cecilio representó al ángel, con túnica celeste y alas en la espalda incluidas. La procesión partió de la iglesia a la chopa, y por Prepalacio al camino del Rejo, donde se desarrolló la escena; concluida regresó de nuevo al templo para tener solemne misa. Los tractores, carros y demás aperos de labranza habían sido aparcados en las cercanías como testigos mudos de lo que iba a acontecer. Al llegar la procesión donde “Isidro” araba, se detuvo, lo mismo que él, que abandonó la pareja y el arado para pedir la bendición del párroco. En ese momento el “ángel” salió de su escondrijo y continuó el surco encarnando el milagro para maravilla de los presentes. El mismo Don Aquilino se emocionó, según recuerdan algunas personas que estaban a su lado. Durante la misa, copiosas ofrendas, entre las que destacaba una gran paella cocinada por Ismael, “el cocinero”, y el típico ramo, que había sido cantado. Como remate de la fiesta, comida en abundancia delante del Ayuntamiento para todo el pueblo en unas mesas que no parecían tener fin, colaborando la Comisión de Fiestas del año anterior y con lo que cada uno buenamente aportó.

Se dice que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, y sin entrar en melancolías, en nuestros pueblos así fue desde mediados del pasado siglo. Otro ejemplo es el del siguiente año, 1991. El día de San Isidro se pusieron las campanas que ahora tenemos, refundidas de las viejas, que estaban rotas. Corrieron con los gastos la Sociedad de Cazadores, y en menor parte el Ayuntamiento, en un aproximado 60/40%, todavía siendo alcalde Rafa. Al finalizar, volteo festivo y otra vez todos a comer, delante del ayuntamiento, como el año anterior. Hay que destacar la colaboración general en ambos eventos, el generoso aporte bastó y sobró para la mucha gente que por aquel tiempo habitaba en el pueblo.

Hace unos años, cuando los instaladores de Saldaña colocaron las campanas del Santuario de la Virgen del Campo, uno de ellos dijo que se acordaba de un pueblo cercano, de poner sus campanas y de la comida en la calle. Le recordé el nombre del pueblo, Ayoó de Vidriales, y que aquella vez también estuve a su lado, ayudando o estorbando, o ambas cosas, por lo mucho que representan las campanas para nuestra sociedad rural y para mí en particular. Son el teléfono inalámbrico gratuito, que lo mismo llama a misa o rosario, que lo hacía a concejo, a soltar el ganado, a reunión urgente por incendio, o durante todo un día siguen recordando con tristeza que un vecino ha fallecido.

15 de mayo: en el 26 aniversario de nuestras campanas, San Isidro volvió al campo en figura y espíritu, en uno de los años más complicados que se recuerdan, para escuchar las rogativas de protección de nuestras cosechas. Junto a él, como antaño, el pueblo unido. Estas son algunas de las cosas que gusta recordar, y por supuesto, que no se deberían dejar perder.




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