eltijoaquin@hotmail.com - facebook.com/El Ti Joaquin

domingo, 26 de abril de 2020

La Luz equinoccial en el Santuario de la Virgen del Campo

  
En esta extraña afición mía por escribir, he dedicado decenas de páginas al tema de la luz equinoccial en el Santuario de Nuestra Señora del Campo, para mí apasionante por los motivos que detallaré, y solamente una pequeña reseña en este blog:


Por tanto, creo que va siendo hora de hacer justicia y reparto, y publicar un artículo que recoja lo que hasta ahora conocemos de uno de los más bellos efectos que se pueden encontrar en un edificio: el resultante de interactuar con la luz, y si es natural, mejor; y si es directa del sol y en una fecha determinada, espectacular; y si esa fecha es tan señalada como los equinoccios, conocida y estudiada desde tiempos inmemoriales, pues no me extraña que este efecto fuera considerado como milagro, y así es como se la conoce: el milagro de la luz equinoccial.


Este relato se remonta a una cercana primavera del año 2016. Era finales de marzo o comienzos de abril, no recuerdo la fecha, ni tampoco a qué subí al campanario del Santuario. Lo que recuerdo y me impresionó es que al abrir la puerta un enorme chorro de luz solar entró en la oscura nave, provocando un efecto espectacular. Me senté en una de las sillas de las que siempre hay en el descanso final de la escalera que se usa como coro, porque la verdad es que aquello me pareció tan bello como extraño. Seguí visualmente durante un rato el recorrido de la luz por entre los bancos, y a continuación mentalmente por dónde pasaría unos días antes. Mi afición por la astronomía influyó en el resultado: conforme pasan los días el sol gana altura y el chorro de luz pierde longitud. Si fuera la sombra de un palito clavado en el suelo, o la del estilete de un reloj de sol, desde el solsticio de invierno al del verano cada día que pasa la sombra es más corta. En aquel momento saqué dos conclusiones: la primera es que por las tardes el templo se alinea con el sol, y en algún momento la porción que entra por la ventana y la puerta de la torre coincide con el centro geométrico del edificio. La segunda es que con alta probabilidad en los dos equinoccios la luz coincida en un punto importante de esta línea que divide el templo en dos. Creo que sonreí, al menos mentalmente, e hice una predicción: en el Santuario se produce el “milagro de la luz equinoccial”, al igual que en la vecina Santa Marta, o en San Juan de Ortega.


Lo primero que se me ocurrió al bajar fue hacer algunas llamadas de teléfono para contar aquella experiencia; la primera a nuestro párroco Don Miguel, y dentro de las demás otra a un buen amigo de Santibáñez de Vidriales, Alberto Acedo, por dos motivos, es un entusiasta colaborador del Santuario, y le encanta la ciencia, como a mí.

Los que me conocen saben que padezco de falta de memoria para las fechas del calendario, porque todos los días me parecen iguales. Así que fue Alberto el que me llamó para concretar una cita de nuevo en el santuario, no en el equinoccio de otoño de aquel 2016, si no en el de primavera del 2017. Había que comprobar si era cierta la predicción y allí estábamos, a la hora calculada. El sol entró, con una intensidad espectacular, iluminando el centro del altar como centro geométrico, dentro del arco que trazó de izquierda a derecha; un impresionante chorro de luz solar que apareció de la nada y se ocultó de la misma forma, como si unas barreras invisibles marcaran los límites de la proyección. Aquello tenía una explicación, la puerta controlaba la proyección de la ventana, más general.




Tenemos que reconocer que la primera impresión de ambos observadores fue agridulce. ¿Había alineación? Si, pero era demasiado basta, muy inconcreta, o al menos eso nos pareció. Pero todo cambió cuando examinamos la puerta, buscando marcas, o alguna modificación que pudiera influir en la proyección solar. Encontramos un pequeño agujero, en el centro izquierdo, sin duda hecho expresamente para algo. Teníamos un nuevo ingrediente que podía cambiar la forma de ver las cosas. Nuevamente nos citamos para el siguiente equinoccio, y creo que para todos los equinoccios de nuestras vidas. Parece increíble que un simple efecto pueda atar tanto.


Desde entonces, y siempre con permiso de Don Miguel, en los días del equinoccio, o los más cercanos que coincidan en fin de semana, abrimos al público la observación de aquella luz, de apenas 15 minutos de duración, amenizada con algo de música, pero que produce una sensación agradable y relajante. Unos minutos antes doy una pequeña charla para concienciar al público de lo que acontecerá, unas explicaciones básicas de astronomía, de lo que significa el equinoccio, de los lugares conocidos donde ocurren efectos similares, y por último por lo que creemos que el arquitecto hizo este diseño haciendo partícipe a la luz de su edificio.


¿Y el agujero de la puerta? Pues resultó ser la clave. La evidencia de que este fenómeno no es casual, que podría haberlo sido; la prueba más clara de que el arquitecto era un auténtico maestro que dominaba, antes de 1750, construcción, arte y ciencia. El agujero aleja la participación humana del acontecimiento, no hace necesario ningún movimiento ni presencia para que los equinoccios sean especiales aquí. Incluso mejora increíblemente la proyección solar, recordando el principio de la cámara oscura sin el que no habría fotografías, y aumentando hasta la precisión total la alineación.


Principiemos, para quienes aún desconocéis de lo que hablo.

El Santuario de Nuestra Señora Del Campo es un edificio que se encuentra en terreno de Rosinos de Vidriales, en un lugar conocido como Sansueña. Este nombre no aparece en ningún otro sitio más que en la tradición oral, donde se dice que era una ciudad de los moros. La realidad es que muchos restos ruinosos se atribuyen erróneamente a los moros, pudiera ser por confundir con la palabra latina “Murus” o “Muratus”, que significa “amurallado o defendido por muros”, o con la palabra prerrománica “Mouro”, que da nombre a habitantes prehistóricos o personas venidas de lejos, muy relacionadas con el trabajo con piedras, pero no precisamente repobladores norteafricanos.


Sansueña si tiene un nombre real, es Ciudadeja, con un pueblo cercano desaparecido que tomó este nombre como apellido: San Miguel de Ciudadeja. Aunque también aparece en los documentos antiguos como Ciudadela o Ciudadela del Valle de Vidriales. Pero antes fue un gran complejo romano con sus campamentos y cannabas, contando también con al menos un templo religioso. En las inmediaciones del Santuario se encontró un ara votiva datada en el siglo II con una inscripción que viene a decir que Marcus Sellius Honoratus, natural de Choba, Mauritania, comandante de caballería del Ala II Flavia, manda construir desde los cimientos un templo al Dios Hércules. Parece ser que sobre esos cimientos primigenios se construyó una ermita cristiana consagrada a la Virgen del Campo. Cuenta una leyenda local que el origen de esta devoción la originó un agricultor, estando labrando en la falda del Castro. Por una casualidad, la reja de su arado tropezó con un bulto envuelto en telas. Al desenvolverlas encontró una preciosa talla románica, y poniendo el caso en conocimiento de las autoridades religiosas, decidieron levantarle una ermita en las cercanías. Todavía hoy, a un lugar se le llama “hoyo María”, quizás la leyenda tenga bastante más de historia que de imaginación.

(1)


No sabemos por qué motivo, el caso es que se demolió la ermita y en el mismo sitio se edificó el santuario que tenemos hoy en día. Para datar este nuevo edificio nos guiamos por las tres inscripciones en las que aparecen fechas distintas. La primera está en piedra, en el dintel de la ventana del campanario que da a poniente, al oeste, con fecha de 1750, una ventana crucial en el tema que nos ocupa. La segunda también está en piedra, en el pináculo de la torre, mirando hacia el sur, y grabaron 1767. Es de pensar, que la primera es el inicio y la segunda la terminación de las obras, 17 años después. La tercera está también al sur, sobre la ventana del presbiterio, pero sobre revoque de cal y arena, lo que parece indicar que fue de las obras de rejuntado exterior, y quien sabe, si también el revoque interior: 1832.




Volviendo al tema de la luz, y para ayudar a situarnos, debemos dividir la torre en cuatro partes: la primera, de abajo arriba, son los robustos arcos que dan acceso a la puerta principal de la Iglesia; la segunda es cuerpo de la torre, la que ocupa la ventana de la fecha 1750, la única orientada a poniente (y por la ventana de poniente la distinguiremos), y otras dos ventanas menores, poco más que saeteras, orientadas una al norte y otra al sur; la tercera son los cuatro ventanales en los que tres penden campanas, y la cuarta parte la ocuparía el tejado y el pináculo. Por lo mucho que me agradan las leyendas, permitidme un breve inciso para contar una relacionada con esta parte de la torre. El prisma hexagonal que separa el conjunto metálico de la veleta y del resto del pináculo dicen que es totalmente de hormigón. Y mientras se rellenaba el encofrado, el albañil introdujo en medio la botella de vino que había llevado para acompañar el almuerzo. Vidriales, tierra tradicional de pan… y vino.






La ventana de poniente, recordemos, enseña una preciosa frase que nos retrotrae al origen del templo: “HIZOSE AÑO DE 1750”. Quizá por eso que llaman “deformación profesional” desde la primera vez que la vi la encontré extraña; me pareció que estaba en un lugar equivocado, demasiado baja estéticamente. Es más, afea la torre. Sus hermanas de los laterales, en cambio, si guardan la proporcionalidad en altura, y tienen un tamaño propio de campanario. Ésta es demasiado grande, y a la vez, parece que se la quiso resaltar con la leyenda del dintel. Otra característica que llama la atención es que casi (por 5 mm.) guarda la proporción áurea, 1,618; una relación armoniosa entre altura y anchura usada en la arquitectura sagrada, en la que los números participan en las formas armoniosas. Que es una pieza especial, no hay duda.


La ventana de poniente ilumina la base interior de la torre, a la que se accede por una puerta de escasa altura situada en el lado opuesto. Dentro de este local, la empinada escalera de madera está diseñada para que no entorpezca la luz natural, arrancando por debajo de la ventana y pasando por encima de la puerta. Todas las tardes de cielos sin nubes, el sol entrará por esta ventana y hará un barrido luminoso, coincidiendo con el hueco de la puerta o su vertical solamente cuando también coincide el eje del edificio con la dirección del sol. Pero durante el año el sol tiene distinta altitud o inclinación (me parece innecesario explicar su mayor altura aparente en verano que en invierno), por tanto la proyección de luz también es diferente, curiosamente inversa: en verano corta, no llega a la puerta, y en invierno larga, le pasa por encima. Entre estas dos estaciones hay otras dos, intermedias, en las que lógicamente también la proyección es intermedia, y llegamos a los equinoccios de primavera y otoño.


Para entender los equinoccios debemos imaginarnos que vemos de lejos nuestro planeta, con sus grandes movimientos de rotación y traslación alrededor del sol. La tierra, desde su nacimiento por acreción, padece una inclinación o ladeo de 23,5 grados de su ele de rotación con respecto al plano orbital (es como si vemos un coche circular por la carretera sobre las dos ruedas laterales; de lado, casi completo su techo y totalmente oculto el chasis y las otras dos ruedas, o viceversa, un defecto garrafal que ocasiona en los polos días y noches de casi 6 meses), lo que provoca variaciones muy significativas en la cantidad y calidad de radiación solar por todo el globo. Un problema que en realidad es todo lo contrario, estas variaciones originan un ciclo vital natural que llamamos estaciones, en las que se dan unas concretas variables meteorológicas. Pues ocurre que dos veces al año ese defecto desaparece, y la tierra aparenta ser el planeta ideal, derecho, iluminándose por completo de polo a polo, con la misma duración el día que la noche (ahora vemos el coche sobre dos ruedas, pero de frente). Este par de veces se llaman equinoccios, palabra que nos llega del latín, y significa “igual noche”.

(2)

Pero los equinoccios no tienen ni día ni hora fijos, porque el año, o sea, los días de una sola órbita no son completos (365 más 6 h, aproximadamente) y se corrige añadiendo cada 4 años un día más a febrero (años bisiestos), y la corrección de los años seculares (el año es bisiesto si es divisible entre 4, y no es bisiesto si es divisible entre 100 con la excepción de los divisibles entre 400). A estas variaciones hay que añadirle las oscilaciones en la velocidad del planeta, así que la única forma de determinar el equinoccio es la astronómica, y es independiente del horario y del calendario; por definición es justo el momento en que coincide el plano ecuatorial terrestre con el plano de su órbita alrededor del sol.

(3)

Los equinoccios tienen un segundo problema, o virtud, según se mire. El sol en estos días cambia su inclinación muy rápidamente; dicho de otro modo, desde el solsticio de invierno al solsticio de verano el sol cada día coge mayor altura, y del solsticio de verano al de invierno hace lo contrario, desciende. Pero la velocidad no es constante, si no logarítmica; muy lenta o prácticamente nula en los solsticios (de ahí viene ese nombre, solsticio: “sol quieto”), va adquiriendo velocidad desde el de invierno hasta en equinoccio de primavera y luego se ralentiza hasta el solsticio de verano. El otro ciclo, naturalmente, es inverso. Para comprobar este hecho se puede hacer un pequeño ejercicio: durante dos semanas, la anterior y posterior a este día apuntemos la hora de salida del sol y su puesta, tomando como referencia el Observatorio Astronómico Nacional: En éstas dos semanas los días se alargan 39 minutos, 24 por la mañana y 15 por la tarde. Ahora consultemos hacia el solsticio de verano: únicamente en dos semanas disminuye 5 minutos: 2 por la mañana y 3 por la tarde. (datos del otoño del 2019)


Con estos datos comprenderemos la complejidad de hacer algo en que intervenga la posición del sol, algún efecto o alineación en los días cercanos al equinoccio. Y sin embargo la inteligencia humana nos enseña verdaderas maravillas, y así las grandes culturas han conocido la fecha del equinoccio, y han construido algunos de sus destacados edificios por la orientación o la alineación en esas fechas. Por poner algún ejemplo, tenemos las 8 caras de la pirámide de Keops, los templos de la isla de Malta, o los de culturas tan alejadas como el pueblo maya, y uno en particular, Kukulkán, que está orientado para que en los equinoccios la sombra del borde de la pirámide simule el movimiento descendiente de una serpiente. Un edificio que sigue asombrando con sus misterios.

(4)

Y en España, ¿cuántos edificios se construyeron teniendo en cuenta los equinoccios para hacer algún efecto? Pues bastantes: tenemos alineaciones en los dólmenes, o en los poblados de los íberos, por hablar de los más tempranos. Pero templos cristianos hay menos de los que pudiera parecer, y ya que hablamos de la luz equinoccial del Santuario de Nuestra Señora del Campo, pongámosla como punto de referencia para las distancias y hagamos repaso:


En primer lugar, quisiera hablar de uno que podría generar dudas si es alineación simple o efecto de la luz equinoccial. Para alinear un templo con la salida del sol en el equinoccio, se clava una estaca en el suelo, y se estira un cordel sobre su primera sombra, clavando luego la segunda estaca. Ése es el eje del edificio, y si en el centro de las paredes que dan al naciente y poniente hay abiertas puertas o ventanas, a la salida del sol la luz equinoccial lo traspasará, que es lo que ocurre en la diminuta capilla de San Miguel de Celanova, en Orense, a 217 km. de distancia. Para mí, alineación simple, al estilo de los dólmenes.

(5)

Para que haya efecto, el templo no necesariamente tiene que estar alineado con los primeros rayos del sol del equinoccio, ni orientado por los puntos cardinales; el efecto puede ocurrir a cualquier hora y altura de sol, lo que dificulta extraordinariamente incluir la luz para crear una finalidad.

Que yo sepa, tenemos 6 conocidos y comprobados en España, y los voy a ordenar de lejos a cerca. El más lejano, a 320 kilómetros del Santuario o punto de referencia, es la Iglesia del Monasterio de San Millán de Yuso, sito en San Millán de la Cogolla, en Logroño. A media tarde, por el rosetón trasero entra el sol, pasa por el círculo que corona el trascoro, y da en el centro geométrico de la Iglesia, inaugurada el 26 de septiembre de 1067, lo digo para que nos hagamos una idea de la precisión matemática y astronómica en una época tan remota.

(6)
(7)

El siguiente y a similar distancia, 315 kilómetros, es la ermita templaria de San Bartolomé de Ucero, en el Cañón del Río Lobos de Soria. Sobre las 9 de la mañana un rayo solar entra en la nave en los equinoccios y se centra en una losa del suelo, grabada con uno de los símbolos más antiguos conocidos, una flor de 6 pétalos, conocida como “flor de la vida”, o “flor de agua”. Exteriormente está labrado el sello de los templarios, la cruz patada alisada; un conjunto que allí llaman “la losa de la salud”. Pero este templo del siglo XIII no solo se alinea en los equinoccios, también lo hace en el solsticio de invierno, siendo un clásico de la arquitectura sagrada, en la que los arquitectos incorporaban las formas geométricas, los números y los fenómenos naturales a sus edificios.

(8)
(9)

El siguiente, a 230 kilómetros, es el monasterio del siglo XII de San Juan de Ortega, en Burgos, el más antiguo conocido. Aquí, en el capitel de la escena de la anunciación, la Virgen María recibe en su seno el sol de la tarde, para dar a entender que el Espíritu Santo se vuelve luz y fecunda a la madre de Dios.

(10)
(11)
(12)

De todo lo que he leído sólo he encontrado estos 6 templos, puede que haya más descubiertos, para eso están al final los comentarios, me gustaría recopilarlos. De lo que no me cabe duda es que todavía quedan algunos por descubrir. Ignoro el celo de mantener este espectacular efecto en secreto. Los tres últimos tienen dos cosas en común, la primera es que se descubrieron hace poco tiempo y por casualidad; y la segunda es que son zamoranos. Si, en mi lista el 50 por ciento son zamoranos.

Para el cuarto hay que ir a la siempre atractiva Sanabria, al monasterio de San Martín de Castañeda, a 78 kilómetros. En su iglesia consagrada a Santa María, estos últimos años Javier Gallego ha observado cómo en los equinoccios el sol madrugador ilumina desde el rosetón poco a poco cada uno de los capiteles de la nave, terminando el repaso en el crucero del templo.

(13)

Después está la vecina Santa Marta de Tera, a sólo 14 kilómetros. El párroco D. Julián Acedo descubrió por casualidad, en 1996, el efecto de la luz del sol en esta iglesia románica construida en el siglo XI. En los equinoccios, el sol de la mañana traspasa un óculo, y en su barrido por el interior parece detenerse unos minutos en un capitel.  En él se puede ver una pequeña imagen, asexuada, acompañada de dos ángeles. Hay dudas sobre lo que representa, unos dicen que es el alma de Santa Marta ascendiendo a los cielos, otra hipótesis afirma que es la resurrección de Cristo y otros que es el alma de cualquier cristiano en su encuentro con la luz, esa misma luz que nos describen quienes han sobrevivido a un coma, o a una muerte clínica.

(14)
(15)
(16)

Y por último llegamos al punto cero, al Santuario de Nuestra Señora del Campo. El sol de la tarde, siempre con permiso de las nubes, entra sigiloso por la ventana de poniente, inundando de luz el recinto cuadrangular que sirve de base a la escalera del campanario. Próximo a alinearse con el centro geométrico del edificio, poco a poco se adueña de la puerta de madera. Sin prisa, pero sin pausa, por fin alcanza un agujero por el que apenas entra un dedo índice. A partir de ese momento el espectáculo continúa en la oscuridad de la nave central.


Como saliendo de una invisible barrera, un círculo brillante comienza su andadura en el suelo del presbiterio, de izquierda a derecha, a la vez que aumenta en longitud. Lento e inexorable, alcanza el altar mayor, trepando por su frontal. En algún esperado momento coincide con la vertical del adorno redondo central del tablero, incluso puede coincidir exactamente con él. Pero no nos confiemos, esto es pura casualidad. En el templo de 1750 no estaba el altar mayor, ni se le esperaba. Únicamente se diseñó un espacioso entarimado machihembrado flanqueado por dos largos bancos para descanso de oficiantes. El ascenso continúa, hasta desaparecer con el mismo misterio como apareció.




Nunca hubo otra cosa que no fuera relleno debajo del entarimado, lo sé porque fui el encargado de retirarlo, completamente destrozado por las termitas. Nada sabían de la luz equinoccial quienes construyeron el primer altar, simplemente siguieron órdenes de Roma: en las Instrucciones Postconciliares del Concilio Vaticano II, publicadas en 1969, se aconseja la colocación del altar de cara al pueblo; hasta entonces hacía las funciones la pequeña meseta de los retablos mayores, conocida como banco o predela. Tampoco sabíamos del efecto luminoso cuando sustituimos el viejo altar para darle la forma que tiene en la actualidad; sólo eran cuatro tubos de hormigón sujetando un maltrecho tablero de madera que servía de mesa. De haberlo sabido, unas ruedas hubiesen permitido retirar el nuevo altar para que la luz no encontrara mayor estorbo que una barra vertical, recién pasado el centro, que no es otra cosa que uno de los barrotes de la ventana de poniente. La magia de la fotografía muestra todo lo del otro lado del diafragma, en este caso, lo opuesto al agujero de la puerta.

Por el mismo principio de la cámara oscura, el spot, o punto luminoso protagonista de la luz equinoccial no es un rayo redondo porque el agujero de la puerta sea redondo; el agujero es redondo porque la broca usada fue cilíndrica, y aunque el agujero lo hubiesen hecho triangular a punta de cincel el punto luminoso seguiría siendo redondo, sencillamente porque lo que vemos es el sol. El arquitecto sabía que esto sucedería; nada tendría sentido si no fuera únicamente el astro rey quien ocupara el centro geométrico del presbiterio, el punto de máxima energía de todo el templo.


Porque nada se hizo al azar. Y entramos en la explicación a tanta dedicación. En primer lugar, me gustaría recordar, para situarnos en un templo cristiano, el paralelismo entre Dios y el sol. El sol, fuente de luz y calor, padre de absolutamente toda la tierra y sus especies animales, minerales y vegetales, ha sido venerado en casi todas grandes culturas, también en la nuestra. No en vano “Dios” nos llega de la palabra griega “Doxa”, que se traduce como “claridad, brillo o resplandor”.


(17)

En los países latinos, cuna del cristianismo, dice la historia que el emperador Constantino en el 313, antes de una batalla, vio en sueños una cruz dentro de un sol con una inscripción que decía "vence con esto". De aquella visión mandó sustituir el día del sol por el “dies dominicus”, que significa el día del Señor y ha derivado en “domingo”, el primer día de la semana para los cristianos. Pero todavía en la actual Europa del siglo XXI, en inglés, por ejemplo, domingo es “Sunday”, día del sol, como en alemán, “Sonntag”, “sonne” de sol, y “tag” de día. Y este “sol” no es más que uno de los siete “errantes” o planetas de la antigüedad, deidades o “dioses” que se asignaron a cada día de la semana.

Otra representación del sol es la custodia, por ejemplo, pieza principal del Corpus Christi y uno de los objetos más respetados en la liturgia; es un habitáculo redondo rodeado de rayos solares.

(18)

La biblia comienza y termina con el tema de la luz, y a poco que se hayan leído o escuchado sus textos sagrados, sabremos de las muchísimas comparaciones que se hacen de nuestro Dios con el sol y sus efectos; de entre todas escogí estas:
Isaías 60:19 - Ya el sol no será para ti luz del día, ni el resplandor de la luna te alumbrará; sino que tendrás al Señor por luz eterna.
Salmos 84:11 - Porque sol y escudo es el Señor Dios;
1 Juan 1:5 - Y este es el mensaje que hemos oído de Él y que os anunciamos: Dios es luz, y en El no hay tiniebla alguna.
Salmos 27:1 - El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré?
Juan 8:12 - Jesús les habló otra vez, diciendo: Yo soy la luz del mundo.

(19)

Así que… ¿por qué no traer la luz del mundo al lugar que ocupa el sacerdote, el representante de Dios en la Tierra? Además en tan señalada fecha como el equinoccio, y principalmente el de primavera, por ser la clave para establecer la Semana Santa (Desde el Concilio de Nicea del año 325, el Domingo de Resurrección se celebra el primer domingo de luna llena posterior al equinoccio primaveral; dentro de un paréntesis de 35 días, del 22 de marzo al 25 de abril).

Lo incomprensible es guardar este singular efecto en secreto; aunque no me canso de repetir que nos dejaron pistas para descubrirlo. Así, en el ático del retablo lateral derecho, el entallador hizo su propia visión del fenómeno luminoso; de una forma oval (parecida a la que podemos ver en el suelo del presbiterio) rodeada de rayos solares, están representadas las palabras de Jesucristo: “ego sum lux mundi” (yo soy la luz del mundo) en sus tres formas veneradas, Padre e Hijo en la misma persona y Espíritu Santo en forma de paloma.


Dice otra leyenda, que el labrador encontró a la Virgen del Campo bajo un “chaguazo”, un arbusto que no da fruto, sólo sombra. Y que cuando se llevaron la imagen a la iglesia el “chaguazo” se mudó a lo alto de la torre del campanario para seguir dando sombra a su protegida (Es cierto, en el tejado del campanario del Santuario crecía una planta que llegó a dañar la cubierta de hormigón, amparada en un nido de cigüeña, y la leyenda parece tan antigua que pudo repetirse en la torre de la antigua ermita). Es curioso que el spot luminoso se diseñara para incidir en el suelo, no en medio de la ventana que sirve de hornacina a la Virgen, y por tanto la pudiera iluminar como por ejemplo ocurre en San Juan de Ortega (Para que le llegue el sol es necesario abrir la puerta del campanario aproximadamente 9 días antes del equinoccio de primavera y 9 después del de otoño, un efecto colateral casual que hemos dado en llamar “la novena de la luz”). La pregunta es inevitable: ¿influyó la leyenda de la sombra del “chaguazo” en el arquitecto, tanto como para negarle la luz del sol a la Virgen? (El sol es imprescindible para el fruto del campo, pero mal compañero para quienes lo trabajan). ¿O quizás quiso simbolizar una ofrenda, poniendo a sus pies el sol, padre de todo nuestro mundo? Nunca lo podremos saber: quizás para que la incógnita forme parte del misterio, el arquitecto se llevó su propósito allá donde haya ido a parar. Desde este lado, sólo se me ocurre enviarle una palabra por tan precioso regalo: GRACIAS.


Y a ti, estimado lector, te invito al próximo equinoccio en el Santuario de Nuestra Señora la Virgen del Campo; si las nubes nos dejan, claro.



Imágenes:



1 comentario:

  1. Amigo Joaquin: Eres como una Enciclopedia, o mejor como Google, como puede darte el tiempo tanto de si, es como una novela bien documentada e interesante. Un abrazo Paulina

    ResponderEliminar