En esta extraña
afición mía por escribir, he dedicado decenas de páginas al tema de la luz
equinoccial en el Santuario de Nuestra Señora del Campo, para mí apasionante
por los motivos que detallaré, y solamente una pequeña reseña en este blog:
Por tanto, creo que
va siendo hora de hacer justicia y reparto, y publicar un artículo que recoja
lo que hasta ahora conocemos de uno de los más bellos efectos que se pueden
encontrar en un edificio: el resultante de interactuar con la luz, y si es
natural, mejor; y si es directa del sol y en una fecha determinada,
espectacular; y si esa fecha es tan señalada como los equinoccios, conocida y estudiada
desde tiempos inmemoriales, pues no me extraña que este efecto fuera
considerado como milagro, y así es como se la conoce: el milagro de la luz
equinoccial.
Este relato se
remonta a una cercana primavera del año 2016. Era finales de marzo o comienzos
de abril, no recuerdo la fecha, ni tampoco a qué subí al campanario del
Santuario. Lo que recuerdo y me impresionó es que al abrir la puerta un enorme
chorro de luz solar entró en la oscura nave, provocando un efecto espectacular.
Me senté en una de las sillas de las que siempre hay en el descanso final de la
escalera que se usa como coro, porque la verdad es que aquello me pareció tan
bello como extraño. Seguí visualmente durante un rato el recorrido de la luz
por entre los bancos, y a continuación mentalmente por dónde pasaría unos días
antes. Mi afición por la astronomía influyó en el resultado: conforme pasan los
días el sol gana altura y el chorro de luz pierde longitud. Si fuera la sombra
de un palito clavado en el suelo, o la del estilete de un reloj de sol, desde
el solsticio de invierno al del verano cada día que pasa la sombra es más
corta. En aquel momento saqué dos conclusiones: la primera es que por las
tardes el templo se alinea con el sol, y en algún momento la porción que entra
por la ventana y la puerta de la torre coincide con el centro geométrico del
edificio. La segunda es que con alta probabilidad en los dos equinoccios la luz
coincida en un punto importante de esta línea que divide el templo en dos. Creo
que sonreí, al menos mentalmente, e hice una predicción: en el Santuario se
produce el “milagro de la luz equinoccial”, al igual que en la vecina Santa
Marta, o en San Juan de Ortega.
Lo primero que se me
ocurrió al bajar fue hacer algunas llamadas de teléfono para contar aquella
experiencia; la primera a nuestro párroco Don Miguel, y dentro de las demás
otra a un buen amigo de Santibáñez de Vidriales, Alberto Acedo, por dos
motivos, es un entusiasta colaborador del Santuario, y le encanta la ciencia,
como a mí.
Los que me conocen
saben que padezco de falta de memoria para las fechas del calendario, porque
todos los días me parecen iguales. Así que fue Alberto el que me llamó para
concretar una cita de nuevo en el santuario, no en el equinoccio de otoño de
aquel 2016, si no en el de primavera del 2017. Había que comprobar si era
cierta la predicción y allí estábamos, a la hora calculada. El sol entró, con
una intensidad espectacular, iluminando el centro del altar como centro
geométrico, dentro del arco que trazó de izquierda a derecha; un impresionante chorro
de luz solar que apareció de la nada y se ocultó de la misma forma, como si
unas barreras invisibles marcaran los límites de la proyección. Aquello tenía
una explicación, la puerta controlaba la proyección de la ventana, más general.
Tenemos que reconocer
que la primera impresión de ambos observadores fue agridulce. ¿Había
alineación? Si, pero era demasiado basta, muy inconcreta, o al menos eso nos
pareció. Pero todo cambió cuando examinamos la puerta, buscando marcas, o
alguna modificación que pudiera influir en la proyección solar. Encontramos un
pequeño agujero, en el centro izquierdo, sin duda hecho expresamente para algo.
Teníamos un nuevo ingrediente que podía cambiar la forma de ver las cosas.
Nuevamente nos citamos para el siguiente equinoccio, y creo que para todos los
equinoccios de nuestras vidas. Parece increíble que un simple efecto pueda atar
tanto.
Desde entonces, y
siempre con permiso de Don Miguel, en los días del equinoccio, o los más
cercanos que coincidan en fin de semana, abrimos al público la observación de
aquella luz, de apenas 15 minutos de duración, amenizada con algo de música, pero
que produce una sensación agradable y relajante. Unos minutos antes doy una
pequeña charla para concienciar al público de lo que acontecerá, unas
explicaciones básicas de astronomía, de lo que significa el equinoccio, de los
lugares conocidos donde ocurren efectos similares, y por último por lo que
creemos que el arquitecto hizo este diseño haciendo partícipe a la luz de su
edificio.
¿Y el agujero de la
puerta? Pues resultó ser la clave. La evidencia de que este fenómeno no es
casual, que podría haberlo sido; la prueba más clara de que el arquitecto era
un auténtico maestro que dominaba, antes de 1750, construcción, arte y ciencia.
El agujero aleja la participación humana del acontecimiento, no hace necesario
ningún movimiento ni presencia para que los equinoccios sean especiales aquí.
Incluso mejora increíblemente la proyección solar, recordando el principio de
la cámara oscura sin el que no habría fotografías, y aumentando hasta la
precisión total la alineación.
Principiemos, para
quienes aún desconocéis de lo que hablo.
El Santuario de
Nuestra Señora Del Campo es un edificio que se encuentra en terreno de Rosinos
de Vidriales, en un lugar conocido como Sansueña. Este nombre no aparece en
ningún otro sitio más que en la tradición oral, donde se dice que era una
ciudad de los moros. La realidad es que muchos restos ruinosos se atribuyen
erróneamente a los moros, pudiera ser por confundir con la palabra latina “Murus”
o “Muratus”, que significa “amurallado o defendido por muros”, o
con la palabra prerromana “Mouro”, que da nombre a habitantes prehistóricos o
personas venidas de lejos, muy relacionadas con el trabajo con piedras, pero no
precisamente repobladores norteafricanos.
Sansueña si tiene un
nombre real, es Ciudadeja, con un pueblo cercano desaparecido que tomó este
nombre como apellido: San Miguel de Ciudadeja. Aunque también aparece en los documentos antiguos como Ciudadela o Ciudadela del Valle de Vidriales. Pero antes fue un gran complejo
romano con sus campamentos y cannabas, contando también con al menos un templo
religioso. En las inmediaciones del Santuario se encontró un ara votiva datada
en el siglo II con una inscripción que viene a decir que Marcus Sellius
Honoratus, natural de Choba, Mauritania, comandante de caballería del Ala II
Flavia, manda construir desde los cimientos un templo al Dios Hércules. Parece
ser que sobre esos cimientos primigenios se construyó una ermita cristiana
consagrada a la Virgen del Campo. Cuenta una leyenda local que el origen de
esta devoción la originó un agricultor, estando labrando en la falda del Castro.
Por una casualidad, la reja de su arado tropezó con un bulto envuelto en telas.
Al desenvolverlas encontró una preciosa talla románica, y poniendo el caso en
conocimiento de las autoridades religiosas, decidieron levantarle una ermita en las cercanías. Todavía hoy, a un lugar se le llama “hoyo María”, quizás la
leyenda tenga bastante más de historia que de imaginación.
(1)
No sabemos por qué motivo, el caso es que
se demolió la ermita y en el mismo sitio se edificó el santuario que tenemos
hoy en día. Para datar este nuevo edificio
nos guiamos por las tres inscripciones en las que aparecen fechas distintas. La
primera está en piedra, en el dintel de la ventana del campanario que da a
poniente, al oeste, con fecha de 1750, una ventana crucial en el tema que nos
ocupa. La segunda también está en piedra, en el pináculo de la torre, mirando
hacia el sur, y grabaron 1767. Es de pensar, que la primera es el inicio y la
segunda la terminación de las obras, 17 años después. La tercera está también
al sur, sobre la ventana del presbiterio, pero sobre revoque de cal y arena, lo
que parece indicar que fue de las obras de rejuntado exterior, y quien sabe, si
también el revoque interior: 1832.
Volviendo al tema de
la luz, y para ayudar a situarnos, debemos dividir la torre en cuatro partes:
la primera, de abajo arriba, son los robustos arcos que dan acceso a la puerta
principal de la Iglesia; la segunda es cuerpo de la torre, la que ocupa la
ventana de la fecha 1750, la única orientada a poniente (y por la ventana de
poniente la distinguiremos), y otras dos ventanas menores, poco más que
saeteras, orientadas una al norte y otra al sur; la tercera son los cuatro ventanales
en los que tres penden campanas, y la cuarta parte la ocuparía el tejado y el
pináculo. Por lo mucho que me agradan las leyendas, permitidme un breve inciso
para contar una relacionada con esta parte de la torre. El prisma hexagonal que
separa el conjunto metálico de la veleta y del resto del pináculo dicen que es totalmente
de hormigón. Y mientras se rellenaba el encofrado, el albañil introdujo en
medio la botella de vino que había llevado para acompañar el almuerzo.
Vidriales, tierra tradicional de pan… y vino.
La ventana de poniente,
recordemos, enseña una preciosa frase que nos retrotrae al origen del templo:
“HIZOSE AÑO DE 1750”. Quizá por eso que llaman “deformación profesional” desde
la primera vez que la vi la encontré extraña; me pareció que estaba en un lugar
equivocado, demasiado baja estéticamente. Es más, afea la torre. Sus hermanas
de los laterales, en cambio, si guardan la proporcionalidad en altura, y tienen
un tamaño propio de campanario. Ésta es demasiado grande, y a la vez, parece
que se la quiso resaltar con la leyenda del dintel. Otra característica que llama
la atención es que casi (por 5 mm.) guarda la proporción áurea, 1,618; una
relación armoniosa entre altura y anchura usada en la arquitectura sagrada, en
la que los números participan en las formas armoniosas. Que es una pieza
especial, no hay duda.
La ventana de
poniente ilumina la base interior de la torre, a la que se accede por una
puerta de escasa altura situada en el lado opuesto. Dentro de este local, la empinada
escalera de madera está diseñada para que no entorpezca la luz natural,
arrancando por debajo de la ventana y pasando por encima de la puerta. Todas
las tardes de cielos sin nubes, el sol entrará por esta ventana y hará un
barrido luminoso, coincidiendo con el hueco de la puerta o su vertical solamente
cuando también coincide el eje del edificio con la dirección del sol. Pero durante
el año el sol tiene distinta altitud o inclinación (me parece innecesario
explicar su mayor altura aparente en verano que en invierno), por tanto la
proyección de luz también es diferente, curiosamente inversa: en verano corta,
no llega a la puerta, y en invierno larga, le pasa por encima. Entre estas dos
estaciones hay otras dos, intermedias, en las que lógicamente también la
proyección es intermedia, y llegamos a los equinoccios de primavera y otoño.
Para entender los
equinoccios debemos imaginarnos que vemos de lejos nuestro planeta, con sus
grandes movimientos de rotación y traslación alrededor del sol. La tierra,
desde su nacimiento por acreción, padece una inclinación o ladeo de 23,5 grados
de su ele de rotación con respecto al plano orbital (es como si vemos un coche
circular por la carretera sobre las dos ruedas laterales; de lado, casi
completo su techo y totalmente oculto el chasis y las otras dos ruedas, o
viceversa, un defecto garrafal que ocasiona en los polos días y noches de casi
6 meses), lo que provoca variaciones muy significativas en la cantidad y
calidad de radiación solar por todo el globo. Un problema que en realidad es
todo lo contrario, estas variaciones originan un ciclo vital natural que
llamamos estaciones, en las que se dan unas concretas variables meteorológicas.
Pues ocurre que dos veces al año ese defecto desaparece, y la tierra aparenta
ser el planeta ideal, derecho, iluminándose por completo de polo a polo, con la
misma duración el día que la noche (ahora vemos el coche sobre dos ruedas, pero
de frente). Este par de veces se llaman equinoccios, palabra que nos llega del
latín, y significa “igual noche”.
(2)
Pero los equinoccios
no tienen ni día ni hora fijos, porque el año, o sea, los días de una sola
órbita no son completos (365 más 6 h, aproximadamente) y se corrige añadiendo cada
4 años un día más a febrero (años bisiestos), y la corrección de los años
seculares (el año es bisiesto si es divisible entre 4, y no es bisiesto si es divisible
entre 100 con la excepción de los divisibles entre 400). A estas variaciones
hay que añadirle las oscilaciones en la velocidad del planeta, así que la única
forma de determinar el equinoccio es la astronómica, y es independiente del horario
y del calendario; por definición es justo el momento en que coincide el plano
ecuatorial terrestre con el plano de su órbita alrededor del sol.
(3)
Los equinoccios
tienen un segundo problema, o virtud, según se mire. El sol en estos días
cambia su inclinación muy rápidamente; dicho de otro modo, desde el solsticio
de invierno al solsticio de verano el sol cada día coge mayor altura, y del
solsticio de verano al de invierno hace lo contrario, desciende. Pero la
velocidad no es constante, si no logarítmica; muy lenta o prácticamente nula en
los solsticios (de ahí viene ese nombre, solsticio: “sol quieto”), va
adquiriendo velocidad desde el de invierno hasta en equinoccio de primavera y
luego se ralentiza hasta el solsticio de verano. El otro ciclo, naturalmente,
es inverso. Para comprobar este hecho se puede hacer un pequeño ejercicio:
durante dos semanas, la anterior y posterior a este día apuntemos la hora de
salida del sol y su puesta, tomando como referencia el Observatorio Astronómico
Nacional: En éstas dos semanas los días se alargan 39 minutos, 24 por la mañana
y 15 por la tarde. Ahora consultemos hacia el solsticio de verano: únicamente
en dos semanas disminuye 5 minutos: 2 por la mañana y 3 por la tarde. (datos
del otoño del 2019)
Con estos datos
comprenderemos la complejidad de hacer algo en que intervenga la posición del
sol, algún efecto o alineación en los días cercanos al equinoccio. Y sin
embargo la inteligencia humana nos enseña verdaderas maravillas, y así las
grandes culturas han conocido la fecha del equinoccio, y han construido algunos
de sus destacados edificios por la orientación o la alineación en esas fechas.
Por poner algún ejemplo, tenemos las 8 caras de la pirámide de Keops, los
templos de la isla de Malta, o los de culturas tan alejadas como el pueblo
maya, y uno en particular, Kukulkán, que está orientado para que en los
equinoccios la sombra del borde de la pirámide simule el movimiento
descendiente de una serpiente. Un edificio que sigue asombrando con sus
misterios.
(4)
Y en España, ¿cuántos
edificios se construyeron teniendo en cuenta los equinoccios para hacer algún
efecto? Pues bastantes: tenemos alineaciones en los dólmenes, o en los poblados
de los íberos, por hablar de los más tempranos. Pero templos cristianos hay
menos de los que pudiera parecer, y ya que hablamos de la luz equinoccial del
Santuario de Nuestra Señora del Campo, pongámosla como punto de referencia para
las distancias y hagamos repaso:
En primer lugar,
quisiera hablar de uno que podría generar dudas si es alineación simple o
efecto de la luz equinoccial. Para alinear un templo con la salida del sol en
el equinoccio, se clava una estaca en el suelo, y se estira un cordel sobre su
primera sombra, clavando luego la segunda estaca. Ése es el eje del edificio, y
si en el centro de las paredes que dan al naciente y poniente hay abiertas
puertas o ventanas, a la salida del sol la luz equinoccial lo traspasará, que
es lo que ocurre en la diminuta capilla de San Miguel de Celanova, en Orense, a
217 km. de distancia. Para mí, alineación simple, al estilo de los dólmenes.
(5)
Para que haya efecto,
el templo no necesariamente tiene que estar alineado con los primeros rayos del
sol del equinoccio, ni orientado por los puntos cardinales; el efecto puede
ocurrir a cualquier hora y altura de sol, lo que dificulta extraordinariamente incluir
la luz para crear una finalidad.
Que yo sepa, tenemos 6
conocidos y comprobados en España, y los voy a ordenar de lejos a cerca. El más
lejano, a 320 kilómetros del Santuario o punto de referencia, es la Iglesia del
Monasterio de San Millán de Yuso, sito en San Millán de la Cogolla, en Logroño. A media tarde, por el rosetón trasero entra el sol, pasa por el
círculo que corona el trascoro, y da en el centro geométrico de la Iglesia,
inaugurada el 26 de septiembre de 1067, lo digo para que nos hagamos una idea
de la precisión matemática y astronómica en una época tan remota.
(6)
(7)
El siguiente y a
similar distancia, 315 kilómetros, es la ermita templaria de San Bartolomé de
Ucero, en el Cañón del Río Lobos de Soria. Sobre las 9 de la mañana un rayo
solar entra en la nave en los equinoccios y se centra en una losa del suelo,
grabada con uno de los símbolos más antiguos conocidos, una flor de 6 pétalos,
conocida como “flor de la vida”, o “flor de agua”. Exteriormente está labrado
el sello de los templarios, la cruz patada alisada; un conjunto que allí llaman
“la losa de la salud”. Pero este templo del siglo XIII no solo se alinea en los
equinoccios, también lo hace en el solsticio de invierno, siendo un clásico de
la arquitectura sagrada, en la que los arquitectos incorporaban las formas
geométricas, los números y los fenómenos naturales a sus edificios.
(8)
(9)
El siguiente, a 230
kilómetros, es el monasterio del siglo XII de San Juan de Ortega, en Burgos, el
más antiguo conocido. Aquí, en el capitel de la escena de la anunciación, la
Virgen María recibe en su seno el sol de la tarde, para dar a entender que el
Espíritu Santo se vuelve luz y fecunda a la madre de Dios.
(10)
(11)
(12)
De todo lo que he
leído sólo he encontrado estos 6 templos, puede que haya más descubiertos, para
eso están al final los comentarios, me gustaría recopilarlos. De lo que no me
cabe duda es que todavía quedan algunos por descubrir. Ignoro el celo de
mantener este espectacular efecto en secreto. Los tres últimos tienen dos cosas
en común, la primera es que se descubrieron hace poco tiempo y por casualidad;
y la segunda es que son zamoranos. Si, en mi lista el 50 por ciento son
zamoranos.
Para el cuarto hay
que ir a la siempre atractiva Sanabria, al monasterio de San Martín de
Castañeda, a 78 kilómetros. En su iglesia consagrada a Santa María, estos últimos años Javier Gallego ha observado cómo en los equinoccios el sol madrugador ilumina
desde el rosetón poco a poco cada uno de los capiteles de la nave, terminando
el repaso en el crucero del templo.
(13)
Después está la
vecina Santa Marta de Tera, a sólo 14 kilómetros. El párroco D. Julián Acedo
descubrió por casualidad, en 1996, el efecto de la luz del sol en esta iglesia
románica construida en el siglo XI. En los equinoccios, el sol de la mañana
traspasa un óculo, y en su barrido por el interior parece detenerse unos
minutos en un capitel. En él se puede
ver una pequeña imagen, asexuada, acompañada de dos ángeles. Hay dudas sobre lo
que representa, unos dicen que es el alma de Santa Marta ascendiendo a los
cielos, otra hipótesis afirma que es la resurrección de Cristo y otros que es
el alma de cualquier cristiano en su encuentro con la luz, esa misma luz que
nos describen quienes han sobrevivido a un coma, o a una muerte clínica.
(14)
(15)
(16)
Y por último llegamos
al punto cero, al Santuario de Nuestra Señora del Campo. El sol de la tarde,
siempre con permiso de las nubes, entra sigiloso por la ventana de poniente,
inundando de luz el recinto cuadrangular que sirve de base a la escalera del
campanario. Próximo a alinearse con el centro geométrico del edificio, poco a
poco se adueña de la puerta de madera. Sin prisa, pero sin pausa, por fin
alcanza un agujero por el que apenas entra un dedo índice. A partir de ese
momento el espectáculo continúa en la oscuridad de la nave central.
Como saliendo de una
invisible barrera, un círculo brillante comienza su andadura en el suelo del
presbiterio, de izquierda a derecha, a la vez que aumenta en longitud. Lento e
inexorable, alcanza el altar mayor, trepando por su frontal. En algún esperado momento
coincide con la vertical del adorno redondo central del tablero, incluso puede
coincidir exactamente con él. Pero no nos confiemos, esto es pura casualidad.
En el templo de 1750 no estaba el altar mayor, ni se le esperaba. Únicamente se
diseñó un espacioso entarimado machihembrado flanqueado por dos largos bancos para
descanso de oficiantes. El ascenso continúa, hasta desaparecer con el mismo
misterio como apareció.
Nunca hubo otra cosa
que no fuera relleno debajo del entarimado, lo sé porque fui el encargado de
retirarlo, completamente destrozado por las termitas. Nada sabían de la luz equinoccial
quienes construyeron el primer altar, simplemente siguieron órdenes de Roma: en
las Instrucciones Postconciliares del Concilio Vaticano II, publicadas en 1969,
se aconseja la colocación del altar de cara al pueblo; hasta entonces hacía las
funciones la pequeña meseta de los retablos mayores, conocida como banco o
predela. Tampoco sabíamos del efecto luminoso cuando sustituimos el viejo altar
para darle la forma que tiene en la actualidad; sólo eran cuatro tubos de
hormigón sujetando un maltrecho tablero de madera que servía de mesa. De
haberlo sabido, unas ruedas hubiesen permitido retirar el nuevo altar para que
la luz no encontrara mayor estorbo que una barra vertical, recién pasado el
centro, que no es otra cosa que uno de los barrotes de la ventana de poniente.
La magia de la fotografía muestra todo lo del otro lado del diafragma, en este
caso, lo opuesto al agujero de la puerta.
Por el mismo
principio de la cámara oscura, el spot, o punto luminoso protagonista de la luz
equinoccial no es un rayo redondo porque el agujero de la puerta sea redondo;
el agujero es redondo porque la broca usada fue cilíndrica, y aunque el agujero
lo hubiesen hecho triangular a punta de cincel el punto luminoso seguiría
siendo redondo, sencillamente porque lo que vemos es el sol. El arquitecto
sabía que esto sucedería; nada tendría sentido si no fuera únicamente el astro
rey quien ocupara el centro geométrico del presbiterio, el punto de máxima
energía de todo el templo.
Porque nada se hizo
al azar. Y entramos en la explicación a tanta dedicación. En primer lugar, me
gustaría recordar, para situarnos en un templo cristiano, el paralelismo entre
Dios y el sol. El sol, fuente de luz y calor, padre de absolutamente toda la
tierra y sus especies animales, minerales y vegetales, ha sido venerado en casi
todas grandes culturas, también en la nuestra. No en vano “Dios” nos llega de
la palabra griega “Doxa”, que se traduce como “claridad, brillo o resplandor”.
En los países latinos, cuna del cristianismo, dice la
historia que el emperador Constantino en el 313, antes de una batalla, vio en
sueños una cruz dentro de un sol con una inscripción que decía "vence con
esto". De aquella visión mandó sustituir el día del sol por el “dies
dominicus”, que significa el día del Señor y ha derivado en “domingo”, el
primer día de la semana para los cristianos. Pero todavía en la actual
Europa del siglo XXI, en inglés, por
ejemplo, domingo es “Sunday”, día del sol, como en alemán, “Sonntag”, “sonne”
de sol, y “tag” de día. Y este “sol” no es más que uno de los siete “errantes”
o planetas de la antigüedad, deidades o “dioses” que se asignaron a cada día de
la semana.
Otra representación
del sol es la custodia, por ejemplo, pieza principal del Corpus Christi y uno
de los objetos más respetados en la liturgia; es un habitáculo redondo rodeado
de rayos solares.
(18)
La biblia comienza y
termina con el tema de la luz, y a poco que se hayan leído o escuchado sus
textos sagrados, sabremos de las muchísimas comparaciones que se hacen de
nuestro Dios con el sol y sus efectos; de entre todas escogí estas:
Isaías 60:19 - Ya el sol no será para ti luz del día, ni el resplandor de
la luna te alumbrará; sino que tendrás al Señor por luz eterna.
Salmos 84:11 - Porque sol y escudo es el Señor Dios;
1 Juan 1:5 - Y este es el mensaje que hemos oído de Él y que os anunciamos:
Dios es luz, y en El no hay tiniebla alguna.
Salmos 27:1 - El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré?
Juan 8:12 - Jesús les habló otra vez, diciendo: Yo soy la luz del mundo.
Así que… ¿por qué no
traer la luz del mundo al lugar que ocupa el sacerdote, el representante de
Dios en la Tierra? Además en tan señalada fecha como el equinoccio, y
principalmente el de primavera, por ser la clave para establecer la Semana
Santa (Desde el Concilio de Nicea del año 325, el Domingo de Resurrección se
celebra el primer domingo de luna llena posterior al equinoccio primaveral; dentro
de un paréntesis de 35 días, del 22 de marzo al 25 de abril).
Lo incomprensible es
guardar este singular efecto en secreto; aunque no me canso de repetir que nos
dejaron pistas para descubrirlo. Así, en el ático del retablo lateral derecho,
el entallador hizo su propia visión del fenómeno luminoso; de una forma oval
(parecida a la que podemos ver en el suelo del presbiterio) rodeada de rayos
solares, están representadas las palabras de Jesucristo: “ego sum lux mundi”
(yo soy la luz del mundo) en sus tres formas veneradas, Padre e Hijo en la
misma persona y Espíritu Santo en forma de paloma.
Dice otra leyenda,
que el labrador encontró a la Virgen del Campo bajo un “chaguazo”, un arbusto
que no da fruto, sólo sombra. Y que cuando se llevaron la imagen a la iglesia
el “chaguazo” se mudó a lo alto de la torre del campanario para seguir dando
sombra a su protegida (Es cierto, en el tejado del campanario del Santuario crecía
una planta que llegó a dañar la cubierta de hormigón, amparada en un nido de
cigüeña, y la leyenda parece tan antigua que pudo repetirse en la torre de la
antigua ermita). Es curioso que el spot luminoso se diseñara para incidir en
el suelo, no en medio de la ventana que sirve de hornacina a la Virgen, y por
tanto la pudiera iluminar como por ejemplo ocurre en San Juan de Ortega (Para
que le llegue el sol es necesario abrir la puerta del campanario
aproximadamente 9 días antes del equinoccio de primavera y 9 después del de
otoño, un efecto colateral casual que hemos dado en llamar “la novena de la
luz”). La pregunta es inevitable: ¿influyó la leyenda de la sombra del “chaguazo”
en el arquitecto, tanto como para negarle la luz del sol a la Virgen? (El sol
es imprescindible para el fruto del campo, pero mal compañero para quienes lo
trabajan). ¿O quizás quiso simbolizar una ofrenda, poniendo a sus pies el sol,
padre de todo nuestro mundo? Nunca lo podremos saber: quizás para que la
incógnita forme parte del misterio, el arquitecto se llevó su propósito allá
donde haya ido a parar. Desde este lado, sólo se me ocurre enviarle una palabra
por tan precioso regalo: GRACIAS.
Y a ti, estimado lector,
te invito al próximo equinoccio en el Santuario de Nuestra Señora la Virgen del
Campo; si las nubes nos dejan, claro.
Imágenes:
(6)- https://lariojaturismo.com/poblacion/san-millan-de-la-cogolla/7e1ab1f1-488a-4166-89ae-44b7c244a654
(11)- https://www.elcaminoconcorreos.com/es/blog/conociendo-san-juan-de-ortega-y-el-milagro-de-la-luz
Amigo Joaquin: Eres como una Enciclopedia, o mejor como Google, como puede darte el tiempo tanto de si, es como una novela bien documentada e interesante. Un abrazo Paulina
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