Mis
clientes ya lo saben: la primera en llegar y última en abandonar la obra de
todas mis “máquinas”, la que comienza las mañanas antes que yo, y se desconecta
justo antes de irme a casa es… la radio, mi eterna compañera, la que anima y
dulcifica las largas y a veces tediosas horas de trabajo. Por tanta
responsabilidad mi radio no es una radio cualquiera. A simple vista una radio
antigua... a la que le extirpé su corazón valvular de ondas media y corta, y
parcialmente rellené el hueco con un implante de frecuencia modulada, la que
fue diseñada para la fidelidad, y por ende, para la música, esa que permanentemente
amansa mi fiera personal. (Qué bien me ha quedado el símil médico; éste gremio
y el de los albañiles siempre estuvieron hermanados: los defectos de ambos se
solucionan añadiendo más cemento). Mi vieja-nueva radio lleva ahora por
“tripas” un amplificador de sonido de una televisión, la parte del sintonizador de FM de un
radiocassette de coche, y una casera fuente de alimentación, que a lo
Frankenstein dan una nueva vida al viejo altavoz Melodial. Relativamente pocos,
e intensos años de vida tiene la radio. Popov, Marconi, Hertz, Tesla, o el
español Julio Cervera pleitearon su paternidad, cuando otros más humildes
quizás aportaron el verdadero sentido del mensaje a través de las ondas. Para
mi, los auténticos orígenes tienen casi tres “noches buenas”: la primera la del
24 de diciembre de 1844, cuando Samuel Morse envió por cable el primer mensaje
de texto codificado a larga distancia, entre Washington y Baltimore, que decía
así: “Lo que Dios ha forjado”; la
“casi” segunda, el 23 de diciembre de 1900, Reginald Fessenden hizo llegar la primera
señal de audio con aparatos inalámbricos a la distancia de una milla (1,6 Km .); y la tercera, el
24 de diciembre de 1906, el mismo Fessenden realizó la primera transmisión de música
y voz para entretenimiento de público en general, interpretando en directo con
su violín el villancico “O holy night”, y acto seguido la lectura del capítulo
2 del Evangelio de San Lucas, ambas cosas hacen referencia al nacimiento de
Jesús, en el mismo momento solemne que acababa de nacer la radiodifusión. Pero el
verdadero padre del aparato de radio fue un visionario, David Sarnot, famoso
por informar ininterrumpidamente durante tres días con sus noches del desastre
del Titanic desde una estación de Nueva York. En 1916 vaticinó “la caja de
música con radio, con diferentes longitudes de onda para escoger, provista de
amplificadores y un altavoz frontal, y se podría colocar sobre una tabla en el
salón”. Genial. Miro mi radio y veo concebida la idea de Sarnot; giro el botón
izquierdo y comienza a sonar la música, porque mi radio no conoce la crisis, ni
la grave situación actual de muchas familias, ni sabe de política, ni de paro,
etc., mi radio solo “canta”, que ya dice El último de la fila “el que canta su
mal espanta”. Y todo porque el botón derecho de mi radio, el de escoger, se ha
quedado quieto en el 107.9, la emisora municipal de Villanueva de Azoague,
Sonora.va. Prácticamente sin palabras, sin pesados anuncios, sin morbosas
noticias…, Fernando Campo, su director, hace diariamente una selección de temas
musicales variados para todos los gustos, que para eso se hicieron los
estilos. Solo por los pitidos horarios que señalan el momento de abandonar la tarea
dejo descansar a mi compañera, algunas veces ni eso, no es la primera vez que
durante la comida o toda la noche mi radio ha quedado ofreciendo su
programación a las sordas paredes de la obra, para desconcierto de los vecinos.
Es agradable saber que la magia de las ondas siempre está ahí, esperando
callada; un poco de electricidad y como por arte de encantamiento se extiende en
el vacío la actividad desarrollada a decenas o miles de kilómetros. Quien le
diría, a quienes comenzaron a experimentar con antenas y chismes, que en poco
más de 100 años este misterio conectara el pasado 6 de agosto el explorador marciano
Curiosity con Camberra, capital australiana, para dejarnos su mensaje: “estoy
entero y a salvo en la superficie de Marte”. Un increíble recado que ha viajado
567 millones de kilómetros a casi 300.000 Km . por segundo, para lo que ha
necesitado 14 largos minutos en recorrer tan angustioso viaje. Y quien le dirá
a futuras generaciones que durante todo el siglo XX estuvimos atentos, algunas
veces con la mirada perdida, al lado del rudimentario altavoz de la “caja de
música con radio” de Sarnot. Sin duda un hecho sorprendente y admirable, aunque
“lo que sorprende, sorprende una vez;
pero lo que es admirable lo es cuanto más se admira” (Joseph Joubert). Yo,
sinceramente, admiro la radio.
PD. Mi emisora preferida: Sonora.va, 107.9 FM
Que sepas joaquín que tú escrito me ha encantado... y que estoy totalmente de acuerdo en qué la radio es una muy buena compañera, sobre todo la cadena amiga Sonora. dido.Mary Iturbe.
ResponderEliminarPor mucha tripa que enseñes has modernizado tu radio. Saludos a tí y a la radio. El Valle
ResponderEliminarUn articulo del que una parte me ha sorprendido y otra parte me ha emocionado. Bonito de verdad. Un abrazo Paulina
ResponderEliminar