Si
hubiera que nombrar el ayoíno del siglo XX, y, a Dios gracias, de lo que
llevamos del XXI, en la larga lista de candidatos no podría faltar Ismael
Ferreras. Y no porque esto se me haya ocurrido a mi, o porque lo cuente entre
mis admirados, si no porque es evidente que es una persona querida y respetada
en Ayoó y más allá de todos sus pueblos limítrofes.
Ismael inició su andadura
en los difíciles años previos a la guerra civil. Como no podía ser de otra
manera, unos inacabados conocimientos elementales en la escuela, se turnaron
con trabajos en el campo al lado de sus padres, ya en la tierna edad de la
infancia. Agricultura y ganadería, actividades indispensables y hermanadas,
aunque se alternaran con otros oficios: zapatero, albañil, herrero, carpintero…,
como le ocurriera a Ismael, que precisamente, heredó de su padre José María, “el
carabinero”, toda la sabiduría como tratante de ganado, y de la cría de caballos
y burros sementales en “la parada”, edificio en donde se abastecían las
necesidades reproductivas de yeguas y burras de toda la comarca. Se le enciende
la mirada cuando cuenta cómo en la exposición de sementales de la feria de
ganados de Zamora, en el año 1923, su padre se llevó el primer premio con el
caballo “Ureña”. De su madre Felisa aprendió aquella extraña trastienda que
suponía el arte culinario para las bodas, y así, todavía hoy, se le conoce
también por “el cocinero”; no en vano en los 25 años de oficio, nada más en
Ayoó cocinó junto a su mujer Dorinda para 118 bodas.
Por la época vivida, me
parece cansado recordarlo, no pasaría hambre, pero seguro que conoció el
siniestro rostro de la necesidad. Otros tardaron más en reaccionar, él,
valiente hasta la médula, no parpadeó al presentarle batalla y sus parejas de
vacas o de caballos quedaron amarradas en la cuadra el mismo día que, flamante,
estrenó su nuevo tractor, un legendario Ebro 160 que a día de hoy sigue activo
en manos de su hijo; el primer tractor comprado en Ayoó, que por entonces,
1967, contaba con más de 1200 habitantes. El gasoil era más obediente y
trabajador que los animales de tiro, y pronto labrar parcelas fue rápido y
sencillo, dejando tiempo suficiente para atender su pasión por la cocina. Pero
no la cocina como nos la imaginamos hoy, moderna de los restaurantes; la suya,
que alimentó a miles de personas, era la propia de cada lugar donde se
celebraba una boda, casi siempre en casas o locales vacíos que también servían
de comedor para tanto personal; por tanto, el gas era leña, la llama se
encontraba a la altura del suelo, las encimeras mesas que se colocaban para ese
menester, las máquinas sus brazos, los cacharros grandes paelleras, y las
cazuelas enormes ollas de "periyuela" (Pereruela), las mágicas cocineras de
barro. Las bodas eran de 3 ó 4 días, el último, día grande, una media de 500
convidados aparecían hambrientos acabado el oficio religioso para dar cumplido
fin a sus excelencias gastronómicas. La comida siempre fresca y natural; carnes
recién sacrificadas y productos de la huerta hicieron las delicias de propios y
extraños. Orgulloso cuenta que jamás un comensal enfermó por la comida, aunque
no se pudo decir lo mismo de la bebida, pues el vino corría a raudales para
festejar los felices acontecimientos.
Y como no hay dos sin tres, Ismael
también fue comediante. Sus innatas artes interpretativas eran aprovechadas por
los ensayadores para los papeles de obras clásicas que necesitaban emoción y
drama, y haciendo un sobreesfuerzo en su atareada vida, dedicó innumerables
noches de sueño a despertar sueños en los demás a través del teatro. Ya dice un
proverbio chino: si quieres que algo se haga, encárgaselo a una persona
ocupada. Pero cuantas veces, por las prisas o la falta de preparación se le
olvidó el papel y sacó de su labia lo necesario para que la representación
continuara… como aquella vez que tras arrancar una unánime ovación del numeroso
público presente, se acercó al frente del humilde escenario y les dijo,
haciendo gala de su sinceridad: -“¡y porque no me sé el papel, que si no…!”.
Grandioso, el señor Ismael, y repito que no solo se me ha ocurrido a mi, las
personas extraordinarias como él atraen la atención, en este caso también la de
su sobrino Emilio, para entregarlo a los agradables brazos de la poesía. Hay
que decir que poesía inconclusa, porque sobre la base que sentó Emilio él ha
ido añadiendo muchos e importantes versos, reflejos de su ajetreada existencia
que brotan espontáneos con la emoción en los ojos y el temblor en sus labios.
Dejo asimismo el artículo incompleto, su semblanza no debería ser redondeada
como yo lo he hecho, pero las exigencias de este blog así lo aconsejan. A día
de hoy y a sus años le digo, señor Ismael: un placer de haberlo conocido, me siento
privilegiado de oír por propia boca su deslumbrante historia, y le doy las
gracias por permitir a mi torpe pluma esbozar su biografía, todo un ejemplo a
seguir, para apreciar cómo la brillantez, la honradez y el saber estar tantas
veces se albergan en el pecho de una persona sencilla.
Señor Ismael, me quito
el sombrero.
POESÍA A MI TIO
ISMAEL
Con cariño os dedico
esta historia
familiar,
esperando que os
guste
y gracias por
escuchar.
Me llamo ISMAEL
FERRERAS,
de apodo “EL
CARABINERO”,
que llevo con mucho
orgullo,
desde mi padre a mi
abuelo.
Vengo de una gran
familia,
desciende de varios
pueblos,
Cubo, La Valdería,
Felechares y mi
pueblo.
Nací en AYOÓ DE
VIDRIALES´
de padres nobles y
honrados,
FELISA Y JOSÉ MARÍA
el resto otros cinco
hermanos.
Mi padre fue hombre
de tratos,
regentó una GRAN
PARADA,
y en las ferias de
antaño
a los gitanos ganaba.
Sus caballos en las
ferias
entre todos
destacaban,
y algunos como “EL
BERLÍN”,
los premios se los
llevaba.
Por el contrario mi
madre
de la casa se
ocupaba,
y entre otras
virtudes,
la cocina le
encantaba.
Fue la primera en las
bodas,
en bautizos y
matanzas,
y todos estaban
contentos
por sus sabrosas
viandas.
Yo de mi padre
aprendí
hidalguía y mucha
labia,
por eso en las
grandes comedias
de protagonista
actuaba.
Hice de REY MARSIRES,
de bandido TRITÓN,
del guapo FRANCISCO
ESTEBAN.
Cuando salía en
escena,
todo el mundo se
callaba;
enmudecían las
piedras,
las damas se
enamoraban,
los hombres
palidecían,
las mujercillas
lloraban.
Los niños con alegría
de esta manera
gritaban:
“Ahí va FRANCISCO
ESTEBAN
el terror de
Andalucía”,
de las mujeres la
pena,
de las mozas la
alegría.
De mi madre aprendí
el arte de cocinar,
que yo con mucho
cariño
me dispongo a
preparar.
Hice cientos de
bodas,
bautizos, muchas
matanzas,
y de todas ellas
salí,
muy airoso y con
fama.
Finalmente mis amigos
termino como he
empezado,
con un dicho muy
sonado:
Carabinero mi padre,
carabinero mi abuelo,
y yo como soy su
hijo,
“VIVAN LOS
CARABINEROS”.
-Emilio López Ferreras-
BRUTAL. VIVAN LOS DE ANTES !!!!
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