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domingo, 26 de agosto de 2012

La radio y yo



Mis clientes ya lo saben: la primera en llegar y última en abandonar la obra de todas mis “máquinas”, la que comienza las mañanas antes que yo, y se desconecta justo antes de irme a casa es… la radio, mi eterna compañera, la que anima y dulcifica las largas y a veces tediosas horas de trabajo. Por tanta responsabilidad mi radio no es una radio cualquiera. A simple vista una radio antigua... a la que le extirpé su corazón valvular de ondas media y corta, y parcialmente rellené el hueco con un implante de frecuencia modulada, la que fue diseñada para la fidelidad, y por ende, para la música, esa que permanentemente amansa mi fiera personal. (Qué bien me ha quedado el símil médico; éste gremio y el de los albañiles siempre estuvieron hermanados: los defectos de ambos se solucionan añadiendo más cemento). Mi vieja-nueva radio lleva ahora por “tripas” un amplificador de sonido de una televisión, la parte del sintonizador de FM de un radiocassette de coche, y una casera fuente de alimentación, que a lo Frankenstein dan una nueva vida al viejo altavoz Melodial. Relativamente pocos, e intensos años de vida tiene la radio. Popov, Marconi, Hertz, Tesla, o el español Julio Cervera pleitearon su paternidad, cuando otros más humildes quizás aportaron el verdadero sentido del mensaje a través de las ondas. Para mi, los auténticos orígenes tienen casi tres “noches buenas”: la primera la del 24 de diciembre de 1844, cuando Samuel Morse envió por cable el primer mensaje de texto codificado a larga distancia, entre Washington y Baltimore, que decía así: “Lo que Dios ha forjado”; la “casi” segunda, el 23 de diciembre de 1900, Reginald Fessenden hizo llegar la primera señal de audio con aparatos inalámbricos a la distancia de una milla (1,6 Km.); y la tercera, el 24 de diciembre de 1906, el mismo Fessenden realizó la primera transmisión de música y voz para entretenimiento de público en general, interpretando en directo con su violín el villancico “O holy night”, y acto seguido la lectura del capítulo 2 del Evangelio de San Lucas, ambas cosas hacen referencia al nacimiento de Jesús, en el mismo momento solemne que acababa de nacer la radiodifusión. Pero el verdadero padre del aparato de radio fue un visionario, David Sarnot, famoso por informar ininterrumpidamente durante tres días con sus noches del desastre del Titanic desde una estación de Nueva York. En 1916 vaticinó “la caja de música con radio, con diferentes longitudes de onda para escoger, provista de amplificadores y un altavoz frontal, y se podría colocar sobre una tabla en el salón”. Genial. Miro mi radio y veo concebida la idea de Sarnot; giro el botón izquierdo y comienza a sonar la música, porque mi radio no conoce la crisis, ni la grave situación actual de muchas familias, ni sabe de política, ni de paro, etc., mi radio solo “canta”, que ya dice El último de la fila “el que canta su mal espanta”. Y todo porque el botón derecho de mi radio, el de escoger, se ha quedado quieto en el 107.9, la emisora municipal de Villanueva de Azoague, Sonora.va. Prácticamente sin palabras, sin pesados anuncios, sin morbosas noticias…, Fernando Campo, su director, hace diariamente una selección de temas musicales variados para todos los gustos, que para eso se hicieron los estilos. Solo por los pitidos horarios que señalan el momento de abandonar la tarea dejo descansar a mi compañera, algunas veces ni eso, no es la primera vez que durante la comida o toda la noche mi radio ha quedado ofreciendo su programación a las sordas paredes de la obra, para desconcierto de los vecinos. Es agradable saber que la magia de las ondas siempre está ahí, esperando callada; un poco de electricidad y como por arte de encantamiento se extiende en el vacío la actividad desarrollada a decenas o miles de kilómetros. Quien le diría, a quienes comenzaron a experimentar con antenas y chismes, que en poco más de 100 años este misterio conectara el pasado 6 de agosto el explorador marciano Curiosity con Camberra, capital australiana, para dejarnos su mensaje: “estoy entero y a salvo en la superficie de Marte”. Un increíble recado que ha viajado 567 millones de kilómetros a casi 300.000 Km. por segundo, para lo que ha necesitado 14 largos minutos en recorrer tan angustioso viaje. Y quien le dirá a futuras generaciones que durante todo el siglo XX estuvimos atentos, algunas veces con la mirada perdida, al lado del rudimentario altavoz de la “caja de música con radio” de Sarnot. Sin duda un hecho sorprendente y admirable, aunque “lo que sorprende, sorprende una vez; pero lo que es admirable lo es cuanto más se admira” (Joseph Joubert). Yo, sinceramente, admiro la radio.





PD. Mi emisora preferida: Sonora.va, 107.9 FM


3 comentarios:

  1. Que sepas joaquín que tú escrito me ha encantado... y que estoy totalmente de acuerdo en qué la radio es una muy buena compañera, sobre todo la cadena amiga Sonora. dido.Mary Iturbe.

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  2. Por mucha tripa que enseñes has modernizado tu radio. Saludos a tí y a la radio. El Valle

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  3. Un articulo del que una parte me ha sorprendido y otra parte me ha emocionado. Bonito de verdad. Un abrazo Paulina

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