Seguramente nuestros
ancestros, antes incluso de tomar conciencia de si mismos al reconocerse en el
reflejo del agua, ya sintieran curiosidad o puede que temor por aquella cosa no
pájaro, redondeada y minúscula, que cruzaba el cielo muy alta, más que las nubes
que mojaban la tierra, siempre aproximadamente por el mismo camino, iluminando
y calentando espacios de tiempo regulares, y que no les permitía su visión
directa, y quien así lo hiciera dañaría sus ojos pudiendo quedar totalmente
ciego.
Otra cosa de tamaño similar, caminaba por el mismo camino, pero a distinta velocidad, si permitía su visión, bella y fascinante, soliendo mostrarse recortada, acompañando al cegador, o sola, iluminando serenamente la oscuridad, permitiendo ver con luz especial pero sin calor todo el entorno. Es lógico que de una forma u otra estas misteriosas esferas fueran objeto de veneración, y distintas culturas, totalmente independientes y desconectadas entre si practicaran el culto al sol, o a la luna, o a ambas.
Por respeto, agradecimiento de sus bondades, miedo por su pérdida, o sumisión ante su poder, estos astros ostentaron la más alta categoría, el mayor calificativo asignado por el ser humano, fueron los primeros dioses. La observaciones de la luna culminaron en un calendario, inexacto y por tanto difícil de interpretar, pero perfectamente válido en la cuenta de los meses, o su división en semanas, tiempos en los que el viajero celeste mostraba su misma cara. Las observaciones del sol fueron más precisas, y simplemente calculando la máxima o mínima sombra, encontraron la duración del año solar y sus principales mitades, los solsticios. Allí el astro rey parece detenerse en su carrera, y con este fenómeno nos llega su nombre: “solstitium”, “sol sistere”, que significa sol quieto.
En estas fechas se han celebrado en todas las culturas importantes fiestas, mezcla de ciencia y religión, que nosotros conocemos como “el día de San Juan”. En nuestro hemisferio, a partir de entonces los días disminuyen su duración, primero muy lentamente, luego con tanta rapidez que se hace notar. La reacción humana por esta pérdida de poder fue sencilla: unas hogueras devolverían la fuerza al sol, alrededor de las cuales se realizarían saltos y bailes de júbilo, con la esperanza que el poder destructor del fuego también acabara con lo dañino y perjudicial que les pudiera amenazar.
Un año más, en lo que comienza a ser tradición en el precioso valle de la Congostura, también encendimos nuestra hoguera, más que como creencia como sentimiento, para experimentar al modo de nuestros antepasados la innegable relación con la naturaleza. Aderezamos nuestro acto con música celta, dirigidos por una maestra de ceremonias de lujo, astrológicamente sagitario, astronómicamente Escorpio; nacida durante la macroconjunción planetaria de 1981, en la extraordinaria noche en la que todos los planetas y la luna eran visibles a la vez en el cielo. Nos acompañó gente estupenda de Congosta, y la serenidad del lugar iluminado por la luna llena. Nuestro particular conjuro, con los mejores deseos, dio el toque espiritual para otra velada… memorable.
Otra cosa de tamaño similar, caminaba por el mismo camino, pero a distinta velocidad, si permitía su visión, bella y fascinante, soliendo mostrarse recortada, acompañando al cegador, o sola, iluminando serenamente la oscuridad, permitiendo ver con luz especial pero sin calor todo el entorno. Es lógico que de una forma u otra estas misteriosas esferas fueran objeto de veneración, y distintas culturas, totalmente independientes y desconectadas entre si practicaran el culto al sol, o a la luna, o a ambas.
Por respeto, agradecimiento de sus bondades, miedo por su pérdida, o sumisión ante su poder, estos astros ostentaron la más alta categoría, el mayor calificativo asignado por el ser humano, fueron los primeros dioses. La observaciones de la luna culminaron en un calendario, inexacto y por tanto difícil de interpretar, pero perfectamente válido en la cuenta de los meses, o su división en semanas, tiempos en los que el viajero celeste mostraba su misma cara. Las observaciones del sol fueron más precisas, y simplemente calculando la máxima o mínima sombra, encontraron la duración del año solar y sus principales mitades, los solsticios. Allí el astro rey parece detenerse en su carrera, y con este fenómeno nos llega su nombre: “solstitium”, “sol sistere”, que significa sol quieto.
En estas fechas se han celebrado en todas las culturas importantes fiestas, mezcla de ciencia y religión, que nosotros conocemos como “el día de San Juan”. En nuestro hemisferio, a partir de entonces los días disminuyen su duración, primero muy lentamente, luego con tanta rapidez que se hace notar. La reacción humana por esta pérdida de poder fue sencilla: unas hogueras devolverían la fuerza al sol, alrededor de las cuales se realizarían saltos y bailes de júbilo, con la esperanza que el poder destructor del fuego también acabara con lo dañino y perjudicial que les pudiera amenazar.
Un año más, en lo que comienza a ser tradición en el precioso valle de la Congostura, también encendimos nuestra hoguera, más que como creencia como sentimiento, para experimentar al modo de nuestros antepasados la innegable relación con la naturaleza. Aderezamos nuestro acto con música celta, dirigidos por una maestra de ceremonias de lujo, astrológicamente sagitario, astronómicamente Escorpio; nacida durante la macroconjunción planetaria de 1981, en la extraordinaria noche en la que todos los planetas y la luna eran visibles a la vez en el cielo. Nos acompañó gente estupenda de Congosta, y la serenidad del lugar iluminado por la luna llena. Nuestro particular conjuro, con los mejores deseos, dio el toque espiritual para otra velada… memorable.
Conjuro para la noche del solsticio de verano
Tierra, aire, agua y
fuego, aquí estamos, libres y voluntarios. Juntos queremos honraros y
agradeceros con este conjuro el inestimable regalo de nuestra vida. Gnomos
sabios y viejos, hadas de las flores, elfos voladores y duendes traviesos.
Seres elementales de la naturaleza, yo os invoco, protegednos en la más
radiante de las noches. Que el agua detenga su correr, hoy y ahora necesitamos
silencio; que los animales callen para que también haya paz. Que se aparten las
nubes, para que la hermana luna sea testigo y cómplice de nuestros ruegos, y
que mañana el lloroso rocío cuente a los primeros rayos del hermano sol la
verdad, nuestra alianza con la madre creación, para que él nos acepte y bendiga
con su luz y calor. En su nombre encendemos una hoguera, que cuidaremos con
mimo hasta su extinción. Quien tenga alas que detenga el viento con su aleteo,
porque nuestro fuego deberá arder inocente y puro, para deshacer lo enredado,
enderezar lo torcido y aplacar lo irritado. Que su humo purifique este valle
encantado de Congosta para que se haga realidad nuestro deseo, arrugado en el
blanco papel; quien tenga que leer que lea lo no escrito, para que quien tenga
que hacer recompense nuestro imposible. Llevaremos estas flores de tacal; serán
recuerdo y símbolo de pureza, y abrigarán nuestras casas, nuestra gente, nuestras
vidas. Saltemos las llamas, para que se suelten y quemen nuestras manchas,
nuestros miedos, y quedemos liberados; porque esto siempre así ha sido, por
siempre será y así siempre respetaremos.
Buenisimo!!
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