Se llamaba Yaika.
Aunque yo, enemigo de los nombres extraños y en señal de protesta, la llamaba
“Meluca”, nombre por el que acabó siendo más conocida; tantas veces lo
pronuncié que al final cuajó. Y es que esta diminuta perrita amaba la tierra,
la hierba, el agua, las rocas… el perrito de la guarda conociendo de antemano
su personalidad perruna la dejó en el lugar ideal, perfecto para ella, en una
casa de campo rodeada de las cosas que más le gustaban, y en brazos de una
amita y amiga que le prestó, desde el primer día, un rincón en su dormitorio
para que la insolente noche de la Congostura no interrumpiera su necesitado
descanso. Porque por el día era imparable: carreras, saltos, ladridos… y cariño
hacia todos los humanos que visitamos su estupenda casa rural. Era el timbre,
la voz avisadora, siempre pendiente de los coches que entraban y salían del
recinto; estaba claro que a ella no le gustaban los coches. Era la campana atronadora
que indicaba que no todo iba bien, que algo no deseado o intruso cruzaba los
límites de su propiedad. Nunca esperaba ayuda, corría y saltaba en la dirección
que su olfato le indicaba, y enseñaba sus dientecillos que apenas si trituraban
los huesecillos de las mejores alitas de pollo del expositor de las tapas del
bar. Eran las que más le gustaban, hasta en eso coincidíamos. La Meluca nació
un día de San Mamés, un 7 de agosto, en un par de meses cumpliría 2 años, 14
años perrunos. Fue la novia eterna del “Coco”, el perrito donjuán del panadero
de Ayoó, que acudía a su cita amorosa recién acicalado y perfumado para sellar
su alianza mientras en la barra su amo y amigo daba buena cuenta de unos vinos con sus respectivas tapas.
Algunas veces era menester esperar, para que se dieran un último mimo; nunca he
visto pareja tan feliz y compenetrada. Fue mamá ejemplar, parió y cuidó de
todos sus cachorrillos con la delicadeza de un ángel, era realmente
enternecedor ver la peluda perrita de enormes ojos oscuros y expresivos criar y
proteger a su prole. Pero el trabajo que nadie le había encomendado, y que con
valentía nunca dejó de hacer, era peligroso y acabó siendo mortal. Cuantas
veces se oían sus delicados ladridos en la lejanía, y a saberse hacia quien y
de qué tamaño ladraba, pero nadie pensamos que pasaría de ahí, una mera
discusión y una retirada a tiempo. Aquél lunes fatídico el peligro estaba
demasiado cerca de casa y la Meluca puso todo el valor en la defensa de su
propiedad, solo que esta vez con él se le fue la vida. El zorro asesino no
juega limpio, valiente perrita, no ladra ni salta como tú, él entra, ataca y se
lleva, en este caso, se ha llevado para siempre nuestra cariñosa mascota. Maldito
sea eternamente. En la casa rural ha quedado un huequecito, se extraña el
movimiento, falta su especial moradora. Si por el presente pudiera pedir un
deseo… pediría que en el cielo de los perritos le asignaran otra rural
celestial, para que siga siendo feliz. Y por favor, que le sitúen lejos las
alitas de los angelitos, se las podría morder. Adiós, Yaika; nos ha dado gusto
quererte.
Gracias El Ti por hacerle un hueco en tu rincón de pensamiento. Ya sabes que " la meluquina " también te quería mucho, y que se lo pasaba muy bien de tapeo con la cuadrilla, era la niña mimada. Ahora tendremos que aprender a vivir sin ella, aunque la vamos a extrañar. Será feliz allá donde esté. Un saludo rural.
ResponderEliminarPOBRECITA . ES UNA TRAGEDIA QUE ACABARA ASI . LA RECORDAREMOS SIEMPRE.
ResponderEliminarQue bonito! Una pena! Se nota su falta cuando vamos por la casa rural
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