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domingo, 16 de junio de 2013

Yaika






 Se llamaba Yaika. Aunque yo, enemigo de los nombres extraños y en señal de protesta, la llamaba “Meluca”, nombre por el que acabó siendo más conocida; tantas veces lo pronuncié que al final cuajó. Y es que esta diminuta perrita amaba la tierra, la hierba, el agua, las rocas… el perrito de la guarda conociendo de antemano su personalidad perruna la dejó en el lugar ideal, perfecto para ella, en una casa de campo rodeada de las cosas que más le gustaban, y en brazos de una amita y amiga que le prestó, desde el primer día, un rincón en su dormitorio para que la insolente noche de la Congostura no interrumpiera su necesitado descanso. Porque por el día era imparable: carreras, saltos, ladridos… y cariño hacia todos los humanos que visitamos su estupenda casa rural. Era el timbre, la voz avisadora, siempre pendiente de los coches que entraban y salían del recinto; estaba claro que a ella no le gustaban los coches. Era la campana atronadora que indicaba que no todo iba bien, que algo no deseado o intruso cruzaba los límites de su propiedad. Nunca esperaba ayuda, corría y saltaba en la dirección que su olfato le indicaba, y enseñaba sus dientecillos que apenas si trituraban los huesecillos de las mejores alitas de pollo del expositor de las tapas del bar. Eran las que más le gustaban, hasta en eso coincidíamos. La Meluca nació un día de San Mamés, un 7 de agosto, en un par de meses cumpliría 2 años, 14 años perrunos. Fue la novia eterna del “Coco”, el perrito donjuán del panadero de Ayoó, que acudía a su cita amorosa recién acicalado y perfumado para sellar su alianza mientras en la barra su amo y amigo daba buena cuenta de unos vinos con sus respectivas tapas. Algunas veces era menester esperar, para que se dieran un último mimo; nunca he visto pareja tan feliz y compenetrada. Fue mamá ejemplar, parió y cuidó de todos sus cachorrillos con la delicadeza de un ángel, era realmente enternecedor ver la peluda perrita de enormes ojos oscuros y expresivos criar y proteger a su prole. Pero el trabajo que nadie le había encomendado, y que con valentía nunca dejó de hacer, era peligroso y acabó siendo mortal. Cuantas veces se oían sus delicados ladridos en la lejanía, y a saberse hacia quien y de qué tamaño ladraba, pero nadie pensamos que pasaría de ahí, una mera discusión y una retirada a tiempo. Aquél lunes fatídico el peligro estaba demasiado cerca de casa y la Meluca puso todo el valor en la defensa de su propiedad, solo que esta vez con él se le fue la vida. El zorro asesino no juega limpio, valiente perrita, no ladra ni salta como tú, él entra, ataca y se lleva, en este caso, se ha llevado para siempre nuestra cariñosa mascota. Maldito sea eternamente. En la casa rural ha quedado un huequecito, se extraña el movimiento, falta su especial moradora. Si por el presente pudiera pedir un deseo… pediría que en el cielo de los perritos le asignaran otra rural celestial, para que siga siendo feliz. Y por favor, que le sitúen lejos las alitas de los angelitos, se las podría morder. Adiós, Yaika; nos ha dado gusto quererte.









3 comentarios:

  1. Gracias El Ti por hacerle un hueco en tu rincón de pensamiento. Ya sabes que " la meluquina " también te quería mucho, y que se lo pasaba muy bien de tapeo con la cuadrilla, era la niña mimada. Ahora tendremos que aprender a vivir sin ella, aunque la vamos a extrañar. Será feliz allá donde esté. Un saludo rural.

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  2. POBRECITA . ES UNA TRAGEDIA QUE ACABARA ASI . LA RECORDAREMOS SIEMPRE.

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  3. Que bonito! Una pena! Se nota su falta cuando vamos por la casa rural

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