Al reloj, devorador
de horas:
Escucho tu soniquete
de tan solo dos
palabras:
tic, tac, tic, tac y no callas,
ni descansas ni te
duermes.
Ya llevas, con paso
corto,
cincuenta, y no son
minutos;
que son años, a lo
bruto,
dando vueltas como
loco.
Qué te he hecho, me
pregunto,
para controlar mi
vida,
dirigirme la barriga,
poner a mi quehacer punto.
Observo que, y no es de risa,
intolerante aparato,
si yo descanso un buen rato
tu caminas más
aprisa.
¿Por qué sacudes mi
sueño,
con lo a gusto que yo
estaba?,
parece imposible que
haga
tal ruido algo tan
pequeño.
Que no duermo por
vagancia,
necesitamos
descansar;
como tú no quieres
parar
molestarnos te hará
gracia.
Aligeras en los
viajes
justo al momento de
embarcar;
si te enredas han de
arrancar
y ahí te quedas, a
ver que haces.
Al contrario, cuando
es pronto,
te miro al menos cien
veces:
si no paras, lo
parece,
¡venga, que pareces
tonto!.
¿Por qué te vuelves borroso
y tiemblas en mi mano…?
¿no ves que voy para anciano…?
¿a qué juegas, so mocoso?
Eres malvado y lo
sabes,
soy reo de tu
capricho,
mira te lo tengo
dicho…
¡que te rompo y ya no
vales…!
Son cincuenta y ya
son años,
los que llevo junto a
ti,
no te quiero ni tú a
mí,
e imposible separados.
Así pues, hagamos
trato
para el tiempo que me
queda:
deja acabar mi tarea,
¡por hacer me queda
tanto…!
Alárgame los minutos,
que más despacio
camino;
yo quiero seguir
contigo,
continuemos viaje
juntos.
Y cuando al fin digas
basta,
contento te diré,
amigo,
por haberte conocido
plena y feliz llevo
el alma.
ETJ
A mi madre, Ana
María, quien con tanto amor puso en marcha mi reloj:
GRACIAS.
Grande, hermano. Muy bonito el final.
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