El culto a la
cultura. Esa podría ser la festividad que celebra sin fecha fija un grupo
indefinido, con el río Éria como hilo conductor entre el talento de cada
miembro. Es una comunidad a la que se accede por invitación, y por lo que he
visto, se vive con humildad. Son amigos para confiarse las iniciativas, los
logros y las inquietudes; aquel dicho de “uno para todos y todos para uno”,
pero sin decirlo. Una vez al año, y una sola premisa: respeto, y del universal.
Cultura de aquí, de
la nuestra, porque “cuatro ojos ven mejor que dos”, y porque, pareciendo
haberlo visto todo, queda mucho por descubrir. El nivel es asombrosamente
sencillo, y a la vez ilustrado; es la sabiduría popular razonada, la búsqueda
de la verdad. Fui invitado a la fiesta, y me han hecho sentir, como nunca,
afortunado.
El día comenzó siendo
agradecido en las formas, y solo cuando nos pudo molestar un poco de fina
lluvia, hacia la hora de comer, no pasó de amago. El punto de reunión estaba
concertado en Nogarejas, y el desarrollo de la jornada, propuesto en la última
reunión. Solo quedaba, pues, disfrutar de la charla y aprender (o enseñar).
La excursión se
iniciaba en el Centro de Interpretación de la Resina y su Hábitat, y es como un
paseo por la memoria en las labores de extracción y elaboración del oro líquido
de los pinos de la Sierra del Teleno; una actividad tradicional en la comarca
en vías de recuperación. Recomiendo la visita, a diario manejamos subproductos
resineros y me parece importante conocer todo el proceso, desde la experiencia.
El segundo paso lo
dimos por un camino sin rozar, hasta un extraño edificio semienterrado en la
foresta. La base es de tradicional muro de piedra de la zona, el tejado es
moderno, metálico; extraña mezcla.
Al lado, nos cuentan,
había una fragua, donde forjar los herrajes y las necesidades metálicas de un
carpintero, en el amplio abanico de construcciones. Desde allí partía un
pequeño rail que nos adentra en una serrería. El carro encargado de transportar
los maderos hasta la hoja de sierra permanece en su sitio, como si ayer mismo
hubiese cumplido su misión. Distrayendo la mirada por el interior del edificio
se puede apreciar lo que fuera una industria de transformación del árbol al
mueble, al utensilio, al encargo. Al fondo está el motor de la media docena de
máquinas, algunas artesanales: el viejo mecanismo de un molino harinero. De ahí
ha tomado el nombre, la tahona, aunque no fuera precisamente molino de harinas
panificables. Este lugar está estudiándose para restaurarlo y exponerlo al
público. Mucho querría contar, pero prefiero mantener el misterio, todo sea por
el “gusanillo” famoso.
Descender la Valdería
para mí siempre ha sido feliz trayecto a pesar de la sinuosa carretera; dicen
que el caminero la trazó siguiendo el rastro de una culebra. Pueblos pequeños,
grandes placeres y mayores recuerdos. Mi pueblín natal es el último en dejar
hasta el siguiente destino, Castrocalbón. El guía nos adentró en la chana,
hasta unas obras en el terreno con maquinaria pesada. No hay mal que por bien
no venga, y fruto del desaguisado en la nada menos Vía XVII de Antonino, la
calzada Astúrica Augusta – Brácara Augusta, disfrutamos de una lección sobre ingeniería
romana. El corte transversal desvela la composición y las distintas capas,
hasta el punto de poder apreciar sin dificultad las roderas de los carros.
Fantástico. Y suspenso al autor o autores de las obras, es imposible profanar
con menos elegancia.
Castrocalbón tiene
mucho que ofrecer al curioso, y el grupo rebosaba de ésta cualidad. El Palacio,
o lo que queda de él, invita a su reconstrucción mental guiada, y hace meditar
en otros tiempos, otras historias de reyes y nobles, antagónicas a las
lugareñas y tradicionales que se celebran en la ermita de Nuestra Señora del
Castro. Esta última nos llevó un buen raro, tratando de descifrar las extrañas
figuras pétreas que componen el solado, o las diferentes obras en su
estructura. Ultimo tramo para acceder al foso que rodea el castillo “de los
galos” romano (Castro gallorum). Las vistas sobre el pueblo no pueden ser
mejores desde este lugar prácticamente inexpugnable. Muros de dos siglos que
tenemos que dejar atrás precipitadamente porque una fina lluvia amenaza el
valle entero, y porque la hora de comer no perdona.
Un conocido
restaurante nos reunió en buena mesa y mejor mantel. Es la hora de la charla,
de intercambiar impresiones, de madurar proyectos… y de preparar la próxima, el
año que viene. Foto de grupo y despedida para algunos, una lejana vuelta a casa
u otros menesteres aconsejaban otros caminos. Ha sido un placer.
Un placer que
continuó en el Museo Arqueológico y Etnográfico de Castrocalbón. Nunca me
cansaré de sus cosas, por llamarlas de alguna manera. Y en cada nueva visita
nuevo detalle sin apreciar, y fueron tantos que la noche llegó sin avisar.
Necesito días así…
qué bonita es mi tierra, qué saludables sus gentes… Lo dicho, me siento
afortunado.
Centro de Interpretación de la Resina.
La Tahona, de Nogarejas.
Calzada romana, corte transversal.
El Palacio de Castrocalbón.
La ermita de Nuestra Señora del Castro.
Los muros del Castro
Historia desconocida que poco a poco va saliendo a la luz, el tiempo la ha respetado y son 2000 años, veremos cuántos más dura.
ResponderEliminarBuena foto la de la calzada, lástima que la estropée ese que sale en ella, aún así con tu permíso, me la quedo y la del grupo y alguna más, por supuesto.
Por cierto algo me tienes que enseñar en tu pueblo de adopción, ya quedaremos, algún día que nos venga bien.
Creo que compartimos la idea de que lo único que sobra de la foto de la calzada es la excavación. Te puedo pasar las fotos en mejor calidad. Y cuando quieras, visitaremos lo que elijas. Un abrazo.
ResponderEliminar