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domingo, 23 de octubre de 2016

El día de nuestras cosas.


El culto a la cultura. Esa podría ser la festividad que celebra sin fecha fija un grupo indefinido, con el río Éria como hilo conductor entre el talento de cada miembro. Es una comunidad a la que se accede por invitación, y por lo que he visto, se vive con humildad. Son amigos para confiarse las iniciativas, los logros y las inquietudes; aquel dicho de “uno para todos y todos para uno”, pero sin decirlo. Una vez al año, y una sola premisa: respeto, y del universal.

Cultura de aquí, de la nuestra, porque “cuatro ojos ven mejor que dos”, y porque, pareciendo haberlo visto todo, queda mucho por descubrir. El nivel es asombrosamente sencillo, y a la vez ilustrado; es la sabiduría popular razonada, la búsqueda de la verdad. Fui invitado a la fiesta, y me han hecho sentir, como nunca, afortunado.

El día comenzó siendo agradecido en las formas, y solo cuando nos pudo molestar un poco de fina lluvia, hacia la hora de comer, no pasó de amago. El punto de reunión estaba concertado en Nogarejas, y el desarrollo de la jornada, propuesto en la última reunión. Solo quedaba, pues, disfrutar de la charla y aprender (o enseñar).

La excursión se iniciaba en el Centro de Interpretación de la Resina y su Hábitat, y es como un paseo por la memoria en las labores de extracción y elaboración del oro líquido de los pinos de la Sierra del Teleno; una actividad tradicional en la comarca en vías de recuperación. Recomiendo la visita, a diario manejamos subproductos resineros y me parece importante conocer todo el proceso, desde la experiencia.

El segundo paso lo dimos por un camino sin rozar, hasta un extraño edificio semienterrado en la foresta. La base es de tradicional muro de piedra de la zona, el tejado es moderno, metálico; extraña mezcla.
Al lado, nos cuentan, había una fragua, donde forjar los herrajes y las necesidades metálicas de un carpintero, en el amplio abanico de construcciones. Desde allí partía un pequeño rail que nos adentra en una serrería. El carro encargado de transportar los maderos hasta la hoja de sierra permanece en su sitio, como si ayer mismo hubiese cumplido su misión. Distrayendo la mirada por el interior del edificio se puede apreciar lo que fuera una industria de transformación del árbol al mueble, al utensilio, al encargo. Al fondo está el motor de la media docena de máquinas, algunas artesanales: el viejo mecanismo de un molino harinero. De ahí ha tomado el nombre, la tahona, aunque no fuera precisamente molino de harinas panificables. Este lugar está estudiándose para restaurarlo y exponerlo al público. Mucho querría contar, pero prefiero mantener el misterio, todo sea por el “gusanillo” famoso.


Descender la Valdería para mí siempre ha sido feliz trayecto a pesar de la sinuosa carretera; dicen que el caminero la trazó siguiendo el rastro de una culebra. Pueblos pequeños, grandes placeres y mayores recuerdos. Mi pueblín natal es el último en dejar hasta el siguiente destino, Castrocalbón. El guía nos adentró en la chana, hasta unas obras en el terreno con maquinaria pesada. No hay mal que por bien no venga, y fruto del desaguisado en la nada menos Vía XVII de Antonino, la calzada Astúrica Augusta – Brácara Augusta, disfrutamos de una lección sobre ingeniería romana. El corte transversal desvela la composición y las distintas capas, hasta el punto de poder apreciar sin dificultad las roderas de los carros. Fantástico. Y suspenso al autor o autores de las obras, es imposible profanar con menos elegancia.

Castrocalbón tiene mucho que ofrecer al curioso, y el grupo rebosaba de ésta cualidad. El Palacio, o lo que queda de él, invita a su reconstrucción mental guiada, y hace meditar en otros tiempos, otras historias de reyes y nobles, antagónicas a las lugareñas y tradicionales que se celebran en la ermita de Nuestra Señora del Castro. Esta última nos llevó un buen raro, tratando de descifrar las extrañas figuras pétreas que componen el solado, o las diferentes obras en su estructura. Ultimo tramo para acceder al foso que rodea el castillo “de los galos” romano (Castro gallorum). Las vistas sobre el pueblo no pueden ser mejores desde este lugar prácticamente inexpugnable. Muros de dos siglos que tenemos que dejar atrás precipitadamente porque una fina lluvia amenaza el valle entero, y porque la hora de comer no perdona.

Un conocido restaurante nos reunió en buena mesa y mejor mantel. Es la hora de la charla, de intercambiar impresiones, de madurar proyectos… y de preparar la próxima, el año que viene. Foto de grupo y despedida para algunos, una lejana vuelta a casa u otros menesteres aconsejaban otros caminos. Ha sido un placer.

Un placer que continuó en el Museo Arqueológico y Etnográfico de Castrocalbón. Nunca me cansaré de sus cosas, por llamarlas de alguna manera. Y en cada nueva visita nuevo detalle sin apreciar, y fueron tantos que la noche llegó sin avisar.

Necesito días así… qué bonita es mi tierra, qué saludables sus gentes… Lo dicho, me siento afortunado.

Centro de Interpretación de la Resina.





La Tahona, de Nogarejas.





                           

Calzada romana, corte transversal.



El Palacio de Castrocalbón.



La ermita de Nuestra Señora del Castro.



 



Los muros del Castro

  

2 comentarios:

  1. Historia desconocida que poco a poco va saliendo a la luz, el tiempo la ha respetado y son 2000 años, veremos cuántos más dura.

    Buena foto la de la calzada, lástima que la estropée ese que sale en ella, aún así con tu permíso, me la quedo y la del grupo y alguna más, por supuesto.

    Por cierto algo me tienes que enseñar en tu pueblo de adopción, ya quedaremos, algún día que nos venga bien.

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  2. Creo que compartimos la idea de que lo único que sobra de la foto de la calzada es la excavación. Te puedo pasar las fotos en mejor calidad. Y cuando quieras, visitaremos lo que elijas. Un abrazo.

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